sábado, 28 de junio de 2014

LOS 4 PILARES: AMOR, VALORACIÓN, NORMAS Y COMUNICACIÓN


Amor, valoración, normas y comunicación: sobre este trampolín el hijo salta a su vida para recorrer, primero, el camino de la autodependencia y luego, el camino del encuentro con los otros.

Piensen en sus casas... ¿Qué pilares estaban firmes? ¿Cuáles un poco flojos?.¿Cuáles faltaron?.

Y una vez saltado el trampolín, como hijo debo saber que mi vida depende ahora de mi, que soy responsable de lo que hago, que libero a mis padres de todo compromiso que no sea el afectivo, de toda obligación y de toda deuda que crea tener con ellos. Conservarán su amor por mi, pero no sus obligaciones. Afirmo esto con absoluta conciencia de lo que digo. Todo lo que un papá o una mamá quieran dar a sus hijos después que éstos sean adultos, será parte de su decisión de dárselo, pero nunca de su obligación. Por supuesto, antes del fin de la adolescencia estamos obligados para con nuestros hijos, allí no es un tema de decisión.

Si le preguntan a mi mamá cómo está compuesta su familia, seguramente dirá: “Mi familia está compuesta por mi marido, mis dos hijos, mis dos nueras y mis tres nietos”. Si me preguntan a mi cómo está compuesta mi familia, yo digo: “Mi esposa y mis dos hijos”, no digo: “Mi esposa, mis dos hijos, mi mamá y mi papá”.

Esto no quiere decir que mi mamá no sea de mi familia, o que yo no la quiera.

Mi mamá sigue queriendo que la familia seamos todos, y tiene razón.

Pero es diferente para ella que para mi.

Como padre debo saber que el trampolín debe estar listo para la partida de mis hijos, porque el encuentro con ellos es el encuentro hasta el trampolín. Luego habrá que construir nuevos encuentros, sin obligaciones no obediencias, encuentros apoyados solamente en la libertad y en el amor.

Cuando un hijo se vuelve grande, los padres tenemos que asumir el último parto.

Hacemos varios partos con los hijos. Uno cuando el chico nace, otro cuando va al colegio primario y deja la casa, otro cuando se va por primera vez de campamento y duerme fuera de la casa, otro cuando tiene su primer novio o novia, otro cuando se recibe en el colegio secundario, y el último cuando termina su adolescencia o decide dejar definitivamente la casa paterna.

En el último parto, finalmente le damos a nuestro hijo la patente de adulto. Asumimos que es autodependiente, que no tiene que pedirnos permiso para hacer lo que se le de la gana.

En algún momento, le damos el último empujoncito que yo llamo el último pujo, le deseamos lo mejor y, a partir de allí le delegamos el mando.

Quedás a cargo de vos mismo, quedás a cargo de cómo te vaya, quedás a cargo de darle de comer a tu familia, quedás a cargo de pagar el colegio de tus hijos, quedás a cargo de todo lo que quieras para vos y para los tuyos, y en lo que no puedas hacerte cargo, renunciá.

Hace unos años atendí a una pareja que tenía un hijo al que querían ayudar. Eran “tan buenos”.

El hijo era un médico recién egresado que ganaba 1.200 pesos en el puesto del hospital y la nuera ganaba 700 trabajando como maestra jardinera en la escuela del barrio. Entre los dos casi llegaban a 2.000 pesos, que no es poco. Pero los cuatro padres, que los querían tanto, se pusieron de acuerdo y les regalaron “a los chicos” un departamento en Libertador y Tagle cuyas expensas eran de 1.650 pesos por mes.

¿Cuál es la ayuda que les estamos dando a esos chicos?.

Cuando estos dos pagan las expensas, la luz, el gas y el teléfono, ya no les queda un peso para vivir. Esta es la ayuda de algunos papás buenos, una cosa sin sentido, o peor, con un sentido nefasto: esclavizar a los hijos a depender de los padres.

Hay que aprender a terminar con la función de padre y con la función de hijo. Esto significa olvidarse de la función y centrarse en el sentido del amor. Todas las obligaciones mutuas que nos teníamos (las mías: sostenerte, bancarte, ayudarte, etc, y las tuyas: haceme caso, pedirme permiso, hacer lo que yo diga) se terminaron.

Hay que dejar que los hijos se equivoquen, que pasen algunas necesidades y soporten algunas renuncias, dejarlos que se frustren y se duelan, que aprendan a achicarse cuando corresponde. Que dejen de pedirles a los padres que se achiquen para no achicarse ellos.

Me gustaría tener la certeza que Demián y Claudia podrán arreglárselas con sus vidas cuando yo ya no esté.

Eso me dejaría muy tranquilo. Voy a hacer todo lo necesario para poder ver antes de partir lo bien que se arreglan sin mi.

Lo que nuestros hijos necesitan es que hagamos lo posible para que no nos necesiten. Esta es nuestra función de padres.

Extracto del libro:
El Camino del Encuentro
Jorge Bucay

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