jueves, 24 de julio de 2014

ES URGENTE QUE SEA URGENTE


Carta 4

¡Es urgente que sea urgente!

«La semana que viene no puedo ni ponerme enfermo ni tener una crisis: tengo ya la agenda a tope.»
Profesional anónimo estresado y cabreado.

Querido y muy estresado jefe:

Acabo de verte pasar como una exhalación camino del despacho del director general. Hace días que ni siquiera coincidimos frente a la máquina del café.

Estás pero no estás. Me miras pero no me ves. Apenas me saludas y mucho menos me hablas. No me ha llegado, ni de palabra ni por escrito, ni un solo comentario tuyo sobre mis cartas. Parece como si no las hubieras leído...

Mientras espero tu ayuda sigo dándole vueltas al porqué de nuestra insatisfacción, de nuestra infelicidad. Y cada vez tengo más claro que gran parte de la responsabilidad la tiene una palabra que oímos últimamente hasta la saciedad: urgente. O, mejor dicho, el uso que le damos a esta palabra en el entorno laboral.

Seguro que las siguientes frases, o algunas parecidas, te resultarán muy familiares:

—«Tienes una llamada urgente.»
—«La propuesta se tiene que mandar urgentemente.»
—«La reunión se adelanta: es urgente.»
—«Contéstame a este e-mail en cuanto lo leas. Es urgente.»

Y el colmo de los colmos:

—«¡Es urgente que sea urgente!».
(Lo juro: se lo oí decir en una ocasión a una encantadora secretaria, desquiciada por un jefe déspota que necesitaba estar permanentemente excitado.)

Pero ¿qué nos pasa?
¿Es que acaso nos invaden los extraterrestres?
¿Viene un meteorito directo a estrellarse contra la Tierra?

Demasiado Independence Day y demasiado Armaggeddon, demasiado Wall Street y demasiada Nueva Economía. ¡Nos los hemos tragado, igual que nos tragamos en su día que nos tenemos que ganar la vida!

A veces pienso que hay quien está convencido de que hoy, para ser competitivo, en lugar de ser competente hay que ser «urgente».

Porque, etimológicamente, urgir y apretar son una misma cosa, y vamos casi todos muy apretaditos y muy quemaditos en muchos sentidos... ¿o no?

Y así vamos...

—Corre que te corre.
—Con prisas y más prisas.
—Tirando millas.
—Pitando.
—Agobiados.
—Con apretones de dientes y esfínteres...

En el delicioso libro Martes con mi viejo profesor, su protagonista, Morrie Schwartz, el viejo profesor sabio y moribundo, le dice lo siguiente a su amado y antiguo alumno: «Una parte del problema (...) es la prisa que tiene todo el mundo. Las personas no han encontrado sentido en sus vidas, por eso corren constantemente buscándolo. Piensan en el próximo coche, en la próxima casa, en el próximo trabajo. Y después descubren que esas cosas también están vacías, y siguen corriendo».

Se puede decir más alto, pero no más claro.

Y la pregunta es: esta presión social, ¿dónde nace?

¿No será que la presión nos la ponemos encima nosotros mismos?

¿No será que la presión aparece como resultado de no hacernos valer, de no poner límites, de no poner sentido común, de no escucharnos, de no sentarnos a hablar, a dialogar con los demás?

¿No será que la presión aparece cuando nos ponemos a hacer algo en lo que realmente no creemos pero que debemos hacer para disponer de recursos que financien nuestro día a día y nuestros «compromisos»?

¿NO SERÁ QUE LA PRESIÓN, Y SU PRIMA HERMANA LA DEPRESIÓN, NACEN, EN DEFINITIVA, DEL MIEDO?

Espero tu respuesta.

Álex

P. D. «La vida no vivida es una enfermedad de la que se puede morir» dijo Cari Gustav Jung... A menudo vivimos en la urgencia para llenar el vacío que provoca nuestra avidez. Ello nos desconecta de nosotros mismos, de nuestra esencia, de nuestra vida. El sentimiento de urgencia permanente desaparece cuando nos damos cuenta de que con nosotros mismos nos basta.

Extracto del libro: 
La brújula interior
Conocimiento y éxito duradero 
Álex Rovira Celma

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