martes, 15 de julio de 2014

LA GRAN PARADOJA


Carta 3

La gran paradoja: el eficaz profesional que anhela dirigir eficazmente su vida

«La vida es lo que hacemos de ella.»
Aforismo hindú

Apreciado aunque ausente jefe:

No sé todavía qué opinas de mis cartas. Al parecer, te absorbe totalmente el tema de los presupuestos, hasta el punto de que aprecio una crispación en el ambiente que no augura nada bueno. Pero voy a seguir enviándotelas. Confío en que tarde o temprano te dignes darme tu opinión sobre las reflexiones que te estoy transmitiendo. Y que me ayudes a encontrar soluciones a los problemas que te planteo.

Voy a explicarte ahora otra observación que me inquieta. Como ya sabes, en la relación con los clientes de nuestra empresa a veces llegamos a establecer diálogos que van más allá del discurso centrado en el negocio, en la estrategia, en el marketing, y que entran en el terreno de lo personal, de lo íntimo.

Especialmente cuando las jornadas de trabajo son largas y arduas, se genera un sentimiento de complicidad que abre la puerta a la confianza y al intercambio desde el centro, desde el fondo de lo que uno es.

Cuando nos situamos en este nivel de intercambio aparece lo más esencial de la persona, aquello que la define, lo más genuino, los sentimientos más sinceros, lo que nos lleva a sentirnos muy cerca unos de otros, más allá de las diferencias formales.

Y entonces observo muy a menudo una gran contradicción: los términos oportunidad, objetivos, meta, investigación, análisis, estrategia y muchos otros forman parte del día a día, de las habilidades integradas, de la jerga del trabajo habitual, pero estos mismos términos no son utilizados para la definición de un proyecto propio de vida.

La mayoría de estos profesionales son inteligentes, muy trabajadores y grandes gestores de recursos, pero tienen dificultades para gestionar su recurso más valioso: su propia vida.

Es como si invirtieran toda su energía física y mental en aspectos que no son vividos directamente como propios y así, mediante este sacrificio, «pagasen» por la seguridad de tener un puesto de trabajo bien remunerado.

Un trabajo que, a veces, se convierte en una esclavitud dentro de una jaula de oro. Porque hay muchísimos profesionales que pagan un precio excesivamente alto por su salario. Creo que esta afirmación es tan relevante que me permito insistir, desglosar y repetir:

Hay muchos excelentes profesionales que...
...pagan...
.. .un precio excesivamente alto...
...por su salario.

¡Qué gran paradoja!

Pagan un precio en estrés, esfuerzo, dedicación, renuncia a la vida familiar, renuncia al tiempo libre, renuncia al cuidado físico y emocional de sí mismos, etc., muy superior al valor del dinero que se les ingresa en el banco al final de cada mes.

La gran mayoría de estos profesionales estableció como principal valor la seguridad de un buen puesto de trabajo, bien remunerado, y con el tiempo fue olvidando aquello que le hacía sentirse vivo, aquello que daba sentido a su vida, aquello que le llenaba, que le hacía feliz.

Quizá buscar aquel puesto de trabajo que daba dinero y una posición respetada y eventualmente admirada terminó tapando o posponiendo el descubrimiento personal más apasionante que uno puede realizar en esta vida: «¿Qué es realmente lo que me gusta, qué me apasiona?». Y, sobre todo:

«¿Cómo puedo combinar mis talentos y experiencia con mi pasión?».

De alguna manera, a menudo se juega a una especie de escondite con uno mismo al que se llega por el siguiente pacto interior: «Okey, ahora voy a trabajar duro para ganar pasta, y luego, cuando la tenga, podré hacer lo que realmente me gusta».

Esta frase presenta varias trampas sutilmente ocultas que a medida que pasa el tiempo resultan cada vez más difíciles y dolo rosas de destapar. 

Tengo una libreta en la que he ido anotando cientos de frases dichas por proveedores y clientes de muchos lugares, todos ellos buenos conocidos e incluso amigos, que parten de una premisa que se puede resumir así: «La vida hay que ganarla. Luego, la vida hay que complicarla. En el fondo de la vida hay una gran amenaza de pérdida. Frente a esa amenaza, es más fácil elegir una opción “segura”, aunque se sacrifique una vocación en la que se podrían manifestar las habilidades únicas que tiene cada persona».

Aquí tienes una pequeña selección de esas frases, que, insisto, son absolutamente reales:

—«A mí lo que me encanta es la medicina natural, pero ya ves, estoy programando el lanzamiento de nuevas bebidas con sabores exóticos».

—«Yo quería ser empresaria... Montar comercios, boutiques de moda para la mujer. Pero en aquel momento lo tenía fácil para entrar en la Administración y ahora soy funcionaría... Es un empleo seguro, un seguro de vida.»

—«Lo mío siempre han sido los animales: los caballos y los perros, concretamente. Pero en casa estaba mal visto ser veterinario, así que estudié derecho, como mis hermanos mayores, mi padre, mi tío y mi abuelo.»

—«Mi vocación era ser psicóloga, pero como en casa me dijeron que no me ganaría la vida, decidí hacer empresariales. Y acabé aquí, vendiendo seguros.»

—«Yo me siento vivo y apasionado cuando pinto cuadros. Quienes los ven, me animan mucho a que haga mi primera exposición, pero evidentemente con eso no puedo ganarme la vida.»

—«Ahora necesito mucho dinero al mes para hacer frente a mis “compromisos”, y aunque estoy quemado, ¿qué quieres que haga, que lo mande todo a freír espárragos? ¿Y la hipoteca? ¿Y el colegio privado de mis hijos?»

—«La vida está ahí afuera (señalando una ventana), pero ¿quién se arriesga? En realidad, siempre me hubiese gustado tener mi propia empresa y hacer algo relacionado con el mundo del marketing, pero creo que ya es demasiado tarde.» (¡El que lo dice tiene 35 años!)

—«Mira, te voy a decir algo muy íntimo. Yo he sido un empresario que ha ganado mucho dinero, con mucho prestigio. Hoy ya tengo 72 años, y ¿sabes una cosa? Me arrepiento de no haberme arriesgado tratando de cumplir mi sueño, y sobre todo lamento profundamente no haber vivido a mis hijos.»

¡Basta ya!

Basta ya de ocultarnos, de no hacer las paces con nosotros mismos, de no salir al encuentro de nuestra propia verdad, de vivir un masoquismo fruto de una falsa seguridad, de no reencontrarnos en aquella posición en la que todo cobra sentido y en la que cada día empieza como si fuera una fiesta.

¡BASTA YA DE JUGAR AL ESCONDITE DURANTE TODA LA VIDA CON NUESTRO VERDADERO YO!

Porque afirmo que una vida con sentido no aparecerá jamás detrás de la seguridad de un empleo no deseado, sino con la vinculación de nuestras capacidades y pasiones con nuestro quehacer cotidiano, esto es, cuando vocación y pasión coincidan. Porque es entonces y sólo entonces cuando la palabra trabajo se eleva y deviene creación.

Y para argumentar e ilustrar lo que digo te citaré, apreciado jefe, un par de rigurosas investigaciones:

1. El doctor Lair Ribeiro nos dice en El éxito no llega por casualidad, página 97: «En 1953, en un estudio realizado por la Universidad de Harvard, se entrevistó a todos los estudiantes de dicha universidad. Entre las diversas preguntas que se les hicieron, una trataba sobre sus metas en la vida: qué querían conseguir en el futuro. ( ...) Sólo un 3 por ciento de los alumnos escribió lo que pensaba hacer en su vida. Veinte años después se les entrevistó de nuevo a todos. Por sorprendente que parezca, aquel 3 por ciento de los alumnos que había establecido sus metas por escrito valía económicamente más que el 97 por ciento restante. Y no sólo eso, sino que estaban más sanos, alegres y satisfechos y tenían mejor disposición ante la vida que el resto de los ex alumnos entrevistados».

2. El doctor Mark Albion relata en su excelente libro Vivir y ganarse la vida, página 37: «Una investigación sobre graduados en escuelas de negocios realizó un seguimiento de las carreras profesionales de 1.500 personas desde 1960 hasta 1980. Los graduados se agrupaban en dos categorías distintas desde buen principio. La categoría A incluía a aquellos que afirmaban que debían ganar dinero en primer lugar para luego poder hacer lo que realmente deseaban hacer (una vez hubieran solucionado sus problemas económicos). La categoría B agrupaba a aquellos que buscaban en primer lugar conseguir sus propios intereses, seguros de que el dinero acabaría llegando. ¿Cuáles eran los porcentajes de cada categoría? De los 1.500 graduados incluidos en el estudio, un 83 por ciento (1.245 personas) caía dentro de la categoría A, es decir, la de las personas que querían el dinero ya. La categoría B, la de los más arriesgados, reunía un 17 por ciento de los graduados (255 personas). Después de 20 años, había 101 millonarios en la totalidad del grupo. Uno de ellos estaba en la categoría A, 100 en la categoría B».

¿Necesitas más pruebas? ¿Lo ves? Y no digo que la finalidad sea hacerse millonario, entiéndeme, sino que uno no puede pretender primero ganar dinero y luego ser feliz, aplazando y escondiendo sus verdaderos anhelos y talentos a la espera de un «futuro mejor».

¿Por qué hasta ahora en las universidades no se ha empezado a hablar de esto? ¿Por qué no empezamos a hablar claro de una vez por todas?
¿Por qué no empezamos a abandonar falsas seguridades y a mostrarnos realmente como somos?

¡¿Quién se está ocupando de meternos miedos?!

¡Por favor, respóndeme!

Álex

P. D. «La mente es como un paracaídas: no sirve de nada si no se abre», leí en cierta ocasión en un graffiti en Nueva York.

Quizás ya sea hora de empezar a abrir nuestra mente y, sobre todo, nuestro corazón hacia nosotros mismos, hacia nuestras habilidades singulares y naturales que nos brindan la posibilidad de vivir una vida apasionada y relacionada con aquello que realmente nos hace sentir felices, haciendo felices a los demás.

Extracto del libro: 
La brújula interior
Conocimiento y éxito duradero 
Álex Rovira Celma

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