martes, 26 de enero de 2016

UN CUENCO SOBRE EL VACÍO


He aquí una famosa historia concerniente al maestro rinzai Ikkyu, que vivió hace alrededor de tres o cuatro siglos. Ikkyu era entonces un joven monje en un templo zen en el que vivía también su hermano; un día, este último dejó caer un cuenco utilizado en la ceremonia del té, y se rompió; este cuenco era tanto más precioso cuanto que había sido ofrecido por el emperador. 

El superior del templo le riñó severamente, lo cual hizo llorar al pequeño monje. Pero Ikkyu le dijo que no se inquietara: Tengo sabiduría. Puedo encontrar una solución. Reunió los trozos de cerámica, los puso en las mangas de su kolomo y se fue a descansar al jardín del templo, esperando tranquilamente a que el maestro volviera. 

En el momento en el que le vio, fue a su encuentro y le propuso un mondo: 

—Maestro, los hombres nacidos en este mundo ¿mueren o no mueren? 
—Sin lugar a dudas mueren —respondió el maestro—. El mismo Buda murió.
—Comprendo —dijo Ikkyu—, pero en lo que concierne a las demás existencias, los minerales o los objetos ¿están destinados a morir? 
—Desde luego —respondió el maestro—. Todas las cosas que tienen forma deben morir necesariamente, cuando les llega el momento. 

—Comprendo —dijo Ikkyu—. En suma, como todo es perecedero, no se debería llorar ni lamentar lo que ya no es, ni enfadarse contra el destino... 
—¡No, desde luego! ¿Adonde quieres llegar? —preguntó el maestro. 

Entonces Ikkyu sacó de las mangas de su kolomo los restos del cuenco y se los presentó a su maestro. Este se quedó con la boca abierta.


Tomado del libro:
El Cuenco y el Bastón
(120 cuentos Zen)
Taisen Deshimar

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