miércoles, 17 de febrero de 2016

DAVID Y ANGELINA: LA ENERGÍA HABITUAL DE LA IRA


Había un joven llamado David que era muy atractivo e inteligente. Había nacido en el seno de una familia acaudalada y tenía todo lo que necesitaba para triunfar, pero no disfrutaba de la vida, no era capaz de ser feliz. Tenía muchos problemas con sus padres, hermanos y hermanas, al no saber comunicarse con ellos. Como era muy egoísta, siempre culpaba a su padre y su madre, así como a su hermana y hermanos de su infelicidad. Sufría mucho, pero no era desdichado porque todo el mundo le odiara o quisiera castigarlo, sino porque no era capaz de amar ni de comprender a los demás. Los amigos sólo le duraban unos pocos días, ya que no tardaban en abandonarle al ser una persona tan difícil de tratar. Era muy arrogante, egocéntrico y carecía de comprensión y compasión.

Un día fue a un templo budista de la ciudad, no para escuchar enseñanzas sobre el Dharma, ya que no le interesaban, sino con la esperanza de hacer una nueva amistad porque necesitaba desesperadamente un amigo. Hasta entonces no había podido conservar ninguna amistad. Era rico y atractivo, y mucha gente estaba interesada en conocerle, pero todas las nuevas amistades que hacía le abandonaban al cabo de poco tiempo.

Aquella mañana se dirigió al templo porque vivir sin ningún amigo se había convertido para él en un infierno. Estaba ansioso por tener un amigo o un compañero, aunque no fuera capaz de conservarlo. Y cuando llegó al templo se cruzó con un grupo de gente que salía de él, y en el que se encontraba una joven muy hermosa. La imagen de esta joven le conmovió tanto que le dejó sin habla y se enamoró de ella. Perdió el interés por entrar en el templo y se dio la vuelta para seguir a aquel grupo. Pero, por desgracia, otro grupo de gente se interpuso y la multitud le cerró el paso. Cuando David consiguió salir del templo, el grupo y la bella joven habían desaparecido.

Durante una hora la buscó por todos lados, pero, al no conseguir encontrarla, se fue de vuelta a casa llevando aquella bella imagen en su corazón. No logró dormir en toda la noche ni tampoco a la siguiente. Pero a la tercera noche soñó con un anciano de bello aspecto y barba blanca que le dijo: «Si quieres encontrarla, ve hoy al mercado del este». Aunque aún no había salido el sol, no logró volver a conciliar el sueño. Se levantó y esperó hasta el mediodía para empezar a buscar a la joven.

Cuando llegó al mercado del Este no había demasiada gente. Como aún era temprano, entró en una librería para echar un vistazo. De pronto, levantó la vista y descubrió colgado en la pared un cuadro de una joven muy bella. Era la misma muchacha que había visto tres días atrás en el templo. Tenía los mismos ojos, la misma nariz y la misma boca. En el sueño, aquel anciano le había dicho que encontraría a la joven en el mercado, pero quizá se refería a que todo cuanto podía obtener era el retrato de la muchacha. «Quizá sólo me merezco una imagen», pensó. «No soy digno de la realidad». De modo que en lugar de comprar libros, se gastó el dinero comprando aquel cuadro. Se lo llevó a casa y lo colgó en la pared de su dormitorio.

David era una persona solitaria, no tenía amigos ni frecuentaba la cafetería del campus. En vez de ello se quedaba en su habitación y se preparaba un sobre de fideos instantáneos. Quizá hayas ya adivinado que David es asiático. Aquel día preparó dos boles de fideos instantáneos y dos pares de palillos. El segundo bol era para la joven del cuadro. Disfrutaba con los fideos y de vez en cuando levantaba la mirada e invitaba a la joven del cuadro a comer con él.

Sabemos que hay personas que no pueden comunicarse con los seres humanos y viven con un gato o un perro para que les hagan compañía, para darles todo su amor y atención. Compran la comida más cara para su mascota. Para muchas personas es mucho más fácil querer a un gato o a un perro, porque estos nunca discutirán contigo. Cuando les dices algo desagradable, no reaccionan. A David le ocurría exactamente esto. Podía vivir en paz con la joven del cuadro, pero si ella hubiera estado allí de verdad, puede que no hubiera sido capaz de vivir con ella más de veinticuatro horas.

Un día no pudo acabarse su bol de fideos, le parecía que la vida no tenía sabor, estaba harto de ella, y en aquel momento miró el cuadro. Cuando estaba a punto de preguntarle: «¿De qué sirve vivir?», vio que la joven le guiñaba un ojo y le sonreía. Se quedó tan sorprendido que pensó estar soñando. Se frotó los ojos, volvió a mirar y allí estaba ella, perfectamente quieta. Unos días más tarde vio que la joven volvía a guiñarle un ojo y a sonreírle. Su sorpresa fue mayúscula. Siguió mirándola y de repente ella se convirtió en una persona real y salió del cuadro. Se llamaba Angelina porque venía del cielo. No puedes imaginarte lo feliz que aquel joven se sintió. Se encontraba en el paraíso. ¿Acaso podía haber algo más bello que tener a esa hermosa joven como amiga?

Pero quizá ya hayas adivinado el resto de la historia. No fue capaz de ser feliz ni siquiera con alguien tan fresco y bueno como Angelina. Y tres o cuatro meses más tarde, ella le dejó, porque era imposible vivir con alguien como David. Una mañana se despertó y encontró una nota sobre su escritorio. La joven se había ido y le había escrito: «David, es imposible vivir contigo. Eres demasiado egocéntrico, no tienes capacidad para escuchar a nadie. Eres inteligente, atractivo y rico, pero no sabes mantener una relación con otro ser humano». Aquella mañana David quiso suicidarse. Pensó que si no podía ni siquiera vivir con una muchacha tan dulce y bella como Angelina, no debía valer nada. Y buscó un trozo de cuerda para colgarse.

En Francia cada año se suicidan doce mil personas, o sea unas treinta y tres cada día, una cantidad excesiva. Y David era una de ellas, una de esas personas que desean que tú las rescates. En los Estados Unidos y en toda Europa el índice de suicidios es similar, porque la gente está llena de desesperanza. Para muchos de nosotros la comunicación se ha vuelto imposible y la vida carece de significado.

Extracto del libro:
LA IRA (El dominio del fuego interior)
Thich Nhat Hanh
Fotografía de Internet

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