martes, 27 de septiembre de 2016

¿REÍR O LLORAR?


¿Reír o llorar?: Heráclito «versus» Demócrito 

La vida puede ser vista como un teatro donde interpretamos distintos papeles. Podemos actuar en una tragedia o en una comedia. La forma de afrontar la existencia te ubica en un género o en otro: reír o llorar, optimismo o pesimismo, satisfacción o melancolía, ilusión o desesperanza, burla o seriedad, informalidad o gravedad. La mayoría de nosotros fluctuamos entre un polo y otro, aunque es posible establecer una preferencia. Para aclarar este punto, consideremos un ejemplo que nos llega de la historia de la filosofía.

Un número considerable de pensadores han señalado a dos filósofos de la Antigüedad como representantes fidedignos de los extremos citados: Heráclito (desgarrado y quejica) y Demócrito (risueño y burlón).56 En su Ensayo I, Montaigne57 se refiere a ellos de la siguiente manera: 

«Demócrito y Heráclito fueron dos filósofos, el primero de los cuales, estimando vana y ridícula la condición humana, no salía en público sino con semblante burlón y sonriente. Heráclito, sintiendo piedad y compasión de esa misma condición nuestra, tenía el semblante apenado continuamente y los ojos llenos de lágrimas.» (p. 371)

Heráclito representaba el lado trágico y melancólico de la vida. Demócrito era optimista y animado (algunos dicen que juerguista), dispuesto a reír y a bromear. Heráclito era un ermitaño que evitaba a la gente, a la que criticaba y subestimaba. Lo apodaban el «oscuro» porque sus escritos a veces eran ininteligibles y parecían inspirados por un oráculo. Demócrito destacaba por su hablar festivo y amigable y por su estruendosa carcajada, que era famosa y también criticada entre los filósofos serios de la época.58 Ambos nacieron en familias acaudaladas, crecieron en la abundancia y renunciaron a la riqueza que les correspondía para buscar un destino personal; sin embargo, diferían en su modo de ser. Uno vivía en el desconsuelo y el otro, en el goce. En uno destacaban los ojos acuosos de la desesperación existencial y en el otro, el gesto agradable de la sonrisa. No pretendo, por supuesto, quitarle méritos al genio de Heráclito pero, como Séneca, pienso que es mejor seguir a Demócrito si se quiere una buena calidad de vida. Mejor el buen humor, mejor reír que llorar. 

El culto al sufrimiento es una enfermedad psicológica y social llamada «masoquismo». Aunque la depresión en ocasiones nos puede llevar a niveles de creatividad inesperados, siempre estará acompañada de un profundo sentimiento de tristeza y de minusvalía, aunque el narcisismo y la vanidad intenten a veces ocultarlo. 

Un fragmento de Demócrito en el que se exalta el entusiasmo: «No puede haber un buen poeta sin un enardecimiento de su espíritu y sin cierto soplo como de locura.» 

Un fragmento de Heráclito en el que se resalta la impotencia y el vacío existencial: «Es difícil luchar contra el ánimo de uno, pues aquello que se desea le cuesta a uno el alma.» 

Conozco infinidad de heráclitos que se desplazan por la vida llevando una carga de amargura y pesimismo, obviamente sin la genialidad de aquél, y también bastantes demócritos que, aunque no son sabios, tratan de ponerle al mal tiempo buena cara ¿Qué es mejor? Sin duda, la luminosidad del humor, la carcajada que aunque sea improcedente a veces, nunca es ofensiva. Si tuviéramos que definir un término medio entre la angustia esencial de algunas mentes atormentadas y la manía alborotada de los que se han salido de madre, éste sería el buen humor. Heráclito era un extremo; Demócrito transitaba alegremente el camino del medio. 

Para ser flexible

La falsa paradoja «idiota feliz o sabio infeliz» queda resuelta. Hay una tercera —y mejor— opción: sabio feliz (aunque sea redundante, porque no existe sabiduría sin alegría).

La existencia siempre nos deja un espacio para ubicarnos más cerca de un lado que del otro. Las mentes flexibles se levantan con un pie en el buen humor y otro en el realismo. Ven lo triste sin contagiarse necesariamente, reflexionan sin ínfulas y ejercen la psicología sin adoptar la pose del típico pensador ensimismado.

• Ser flexible es asumir la actitud de los demócritos, la ironía sana y mordaz, congratularse con el sinsentido y la incertidumbre y aceptar el absurdo como una manifestación simpática del universo.

Si te preocupa mucho salirte de las convenciones sociales y quieres imitar a los heráclitos, te recuerdo que puedes ser profundo sin ser sombrío, inteligente sin ser amargado. No existe una sabiduría lúgubre, porque nadie aprende a vivir con el peso de la negatividad a cuestas. Las mentes rígidas confunden saber vivir y la «vida buena» con saber sufrir. Y eso es otra cosa. Se llama «autocastigo».

56. Osorio, A. E. (2001). Introducción a la filosofía 
presocrática. Colombia: Editorial Universidad de 
Caldas.
57. De Montaigne, M. (2001). Ensayos I. Madrid: Cátedra.
58. De Crescenzo, L. (1995). Historia de la filosofía griega. 
Barcelona: Seix Barral.


Extracto del libro:
El arte de ser flexible
Walter Riso
Fotografía tomada de internet

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