lunes, 2 de abril de 2018

LA INFLUENCIA DE SCHREBER


¿Ha oído hablar de un hombre que fue muy famoso en Alemania? Todavía se ven estatuas de él y algunas plazas y calles aún llevan su nombre. Se llama Daniel Gottlieb Schreber. Fue el verdadero fundador del fascismo. Murió en 1861 pero preparó el terreno para la llegada de Adolf Hitler, desde luego, sin saberlo. 

Este hombre tenía ideas muy definidas sobre cómo educar a los niños. Escribió muchos libros sobre el tema, que fueron traducidos a muchos idiomas. Algunos de ellos han llegado a unas cincuenta reediciones. Sus libros son muy conocidos, apreciados y respetados porque sus puntos de vista no eran excepcionales; eran muy corrientes. Decía cosas que todo el mundo ha pensado a lo largo de los siglos. Era el vocero de la mente común y corriente, de la mente mediocre. 

Se establecieron centenares de clubes y sociedades para perpetuar su filosofía, sus ideas, y cuando murió se construyeron muchas estatuas de él y a muchas calles se les dio su nombre. Creía en disciplinar a los niños desde que alcanzaban los seis meses, pues decía que si no se disciplina a un niño cuando tiene seis meses, se pierde la mejor oportunidad de hacerlo. 

Cuando un niño es aún muy tierno y maleable, ignorante de lo que ocurre en el mundo, es posible crear una huella profunda que él siempre seguirá. Y nunca se dará cuenta de que ha sido manipulado. Pensará que está haciéndolo todo por su propia voluntad, pues cuando un niño tiene seis meses no tiene voluntad; ésta surgirá más tarde, y la disciplina vendrá antes que la voluntad. De esta manera, la voluntad pensará siempre: "Esta idea es mía, propia". 

Schreber llamaba a esto disciplina, como lo hacen todos los padres. Escribió que en el momento mismo en que apareciera la voluntad propia había que detenerla, matarla de inmediato. Cuando se observa que el niño se está haciendo persona, se está convirtiendo en individuo, se debe destruir esa primera manifestación de individualidad inmediatamente, sin perder un solo instante. 

Cuando aparece el primer indicio de voluntad propia, ...hay que intervenir de manera positiva... con palabras severas, ademanes amenazantes, golpeando su cama... con amonestaciones físicas repetidas insistentemente hasta que el niño se calme o se duerma. 

Este tratamiento se requerirá sólo una o dos veces, máximo tres, le decía el doctor a la gente. ¡Asusta al niño, sacúdelo hasta sus raíces! Pero esas raíces son aún muy tiernas, se trata de un niño de seis meses. Amenázalo con ademanes, con un odio profundo, con miradas hostiles, como si fueras a destruirlo. Haz que le quede claro al niño que sólo uno puede vivir: él o su voluntad propia, pero no ambos. Si quiere preservar su voluntad propia, él tendrá que morir. Una vez que el niño se da cuenta de que sólo puede vivir a costa de su voluntad, dejará a un lado la voluntad y optará por la sobrevivencia. Es obvio. Sobrevivir es lo esencial; todo lo demás es secundario.

De esa manera uno se convierte en el amo del niño para siempre. De ese momento en adelante, una mirada, una palabra o un solo gesto amenazador basta para dominar al niño‘. 

A todos les gustaban sus propuestas. En todo el mundo los padres se entusiasmaron y todo el mundo comenzó a disciplinar a sus hijos. Es así, según Schreber, que toda Alemania fue disciplinada. Un país tan bello, tan inteligente, se convirtió en víctima de un tonto casi demente; y éste llegó a dominar todo el país. 

¿Qué ocurrió con sus propios hijos? A nadie le preocupó. Una de sus hijas era melancólica y su médico sugirió recluirla en un asilo de locos. Uno de sus hijos sufrió un colapso nervioso y fue internado en una institución. Se recuperó, pero ocho años más tarde sufrió una recaída y murió en un manicomio. Su otro hijo se enloqueció y se suicidó‘. Las autopsias de los dos hijos revelaron que no tenían ningún defecto físico en el cerebro y, sin embargo, ambos se volvieron locos: uno murió en un manicomio y el otro se suicidó. 

¿Qué ocurrió? Físicamente sus cerebros eran perfectos, pero sicológicamente estaban lesionados. Su padre demente destruyó a todos sus hijos. Y es eso lo que le ocurrió a la humanidad entera. 


FUENTE: 
OSHO: "El Hombre que Amaba las Gaviotas y Otros Relatos", Grupo Editorial Norma, Bogotá, 2003, ISBN 958-04-7279-3, Pag. 120

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