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sábado, 6 de febrero de 2021

LA PERLA DEL SULTÁN


Un día estaba el sultán en su gabinete, rodeado de su corte. Sacó de un cofrecillo una perla preciosa y la puso en la mano de su visir preguntándole:

«¿Cuál es su valor?

—¡Cien bolsas de oro! respondió el visir.

—¡Aplástala! ordenó el sultán.

—¿Cómo me atrevería? dijo el visir. ¡Esta perla es el florón de tu tesoro!

—¡Me alegra tu respuesta!» dijo el sultán. Y le ofreció regalos y honores.

Un poco después, cuando se agotaron otros temas de conversación, el sultán dio esta misma perla a su chambelán diciéndole:

«¿Cuál es su valor a los ojos de aquéllos en los que habita el deseo?

—Esta perla vale la mitad de tu reino, dijo el chambelán. ¡Dios la proteja de todo peligro!

—¡Aplástala! ordenó el sultán.

—¡Oh, sultán! respondió el chambelán, eso sería una lástima.

Mira esta luz y esta belleza. ¡Aplastarla sería atentar contra el tesoro de mi sultán!».

El sultán quedó satisfecho de esta respuesta y lo colmó de regalos elogiando su sabiduría.

Después, varios beyes o emires sufrieron la misma prueba y, por imitación, todos dieron la misma respuesta para obtener el favor del sultán. Finalmente el sultán hizo la misma pregunta a Eyaz:

«¿Qué vale esta perla?

—¡Ciertamente, vale más de lo que se dice! respondió Eyaz.

—¡Aplástala!» ordenó el sultán.

Ahora bien, Eyaz, prevenido en sueños de esto, tenía dos piedras en el bolsillo. Tomó una y aplastó la perla sin vacilar.

El que pone su esperanza en la unión con el Amado no teme ser aplastado. El hombre piadoso vive en el temor por su suerte en el día del juicio. Pero el sabio no se inquieta. Sabe lo que ha sembrado y, por tanto, lo que va a cosechar.

Cuando Eyaz hubo aplastado la perla, los cortesanos dijeron:

«¡El que ha aplastado una perla tan luminosa sólo puede ser un blasfemo!

—¿Qué es más precioso, preguntó Eyaz, la orden del sultán o la perla? A vosotros os interesa la perla y no el sultán. A mí no me atraen las piedras, como sucede a los infieles. Sólo el sultán me preocupa. ¡El alma que está prisionera de una piedra coloreada ignora la orden del sultán!».

A estas palabras, los beyes, los emires, el chambelán y el visir inclinaron la cabeza lamentándose. El sultán hizo una seña al verdugo.

«¡Véngame de estos miserables! dijo, puesto que han preferido una piedra a mis órdenes.

—¡Oh, sultán! Tú eres aquél ante quien encuentran los generosos la fuente de su generosidad. Los más generosos se avergüenzan ante la munificencia de tus favores. La insolencia y la ignorancia de los blasfemos proviene de la abundancia inagotable de tu clemencia. En el momento del saqueo el pueblo vela para proteger sus bienes. Si el temor de perder sus bienes le impide dormir ¿cómo podría dormir sin el temor de perder la vida? El olvido nace de la inadvertencia y de la relajación. Déjales la vida pues han visto tu rostro y no soportarán ser apartados de él. Aunque la muerte es amarga no puede serlo tanto como la separación. Es agradable morir con la esperanza de reunirse contigo, pero es amargo vivir en los tormentos de la separación. En el infierno, los infieles se dicen: “¡No estaríamos tan tristes si él nos hubiese honrado con una sola mirada!”. Para que los envilecidos por la insolencia puedan ser lavados por el Éufrates de tu misericordia, ¡deja correr el río de tu perdón!».




150 Cuentos sufíes
Maulana Jalāl al-Dīn Rūmī
Fotografía tomada de internet

miércoles, 20 de enero de 2021

CUARENTA MONEDAS DE PLATA


Un hombre poseía cuarenta monedas de plata y, todos los días, echaba una de ellas al mar para penitencia de su ego. Este hombre era un gran guerrero y no conocía el miedo frente al enemigo. Cuando recibía una herida se la vendaba y volvía al combate. Durante una guerra, después de haber recibido una veintena de lanzazos y otras tantas flechas, perdió sus fuerzas y cayó a tierra. Su alma se reunió entonces con la de los fieles.

No consideres esta muerte como formal. Pues el cuerpo es como un instrumento para el espíritu. Cuando su caballo ha muerto, ya no puede avanzar. Mucha gente ha vertido su sangre en apariencia, pero se ha reunido en el otro mundo con su ego muy vivo. La herramienta está rota, pero el bandido sigue viviendo. El cuerpo está ensangrentado, pero el ego irradia salud.

Muchos egos de mártires han muerto en este mundo y se pasean, sin embargo, vivos. El espíritu ha atacado, pero el cuerpo carecía de espada. La espada es desde luego, la misma espada, pero el hombre no es el mismo hombre y esta apariencia es lo asombroso. Cuando cambias tu ego, sabe que la espada del cuerpo está en la mano de Dios.


150 Cuentos sufíes
Maulana Jalāl al-Dīn Rūmī
Fotografía tomada de internet

sábado, 9 de enero de 2021

LA GUERRA CONTRA EL EGO


Un sufí llamado Ayazi decía: 

He participado en noventa guerras, con el cuerpo desnudo, sin protección alguna. He recibido así heridas múltiples, lanzazos o heridas de espada, esperando saborear la muerte de los mártires, pero ninguna flecha me ha tocado en un punto vital. Esto no es más que una cuestión de suerte y mi esfuerzo era inútil. No habiendo podido saborear la dicha del martirio, me retiré a una celda. Ahora bien, oí el ruido de los tambores y comprendí entonces que los soldados volvían a la guerra. Sentí como un lamento de todo mi ser que decía: 

«Ha llegado el momento de combatir. ¡Levántate y realiza tus deseos en la guerra!». 

Yo le respondí: 

«¡Oh! ¡Maldito inconstante! Dime la verdad. ¿Qué escondes detrás de tu trapacería? Yo sé muy bien que no hay en ti ninguna inclinación por el combate. ¡Si no me respondes en serio, te haré sufrir las angustias del ascetismo!». 

Y mi ego respondió: 

«En estos lugares no hay día en que no me martirices. ¡Mi estado es peor que el de tus enemigos y nadie lo sabe! Me matas por falta de descanso y de alimento. ¡Si muero en el combate, entonces, al menos el pueblo verá quién soy yo! 

—¡Pobre ego! le respondí. No eres más que un hipócrita. No eres más que vanidad. No sólo vives en la calumnia, sino que, además, quieres morir en la calumnia». 

Y así fue como me prometí no dejar nunca más la celda. Pues todo lo que hace el ego en semejante circunstancia sólo puede ser pomposidad. Semejante combate es el único verdadero combate. La otra clase no es sino un pequeño combate. ¡No es para quien se asusta de un ratón! Nuestro hombre era un sufí como el de la historia anterior. Pero uno muere por un pinchazo de alfiler, mientras que ninguna espada resiste al otro. El primero tiene la apariencia de un sufí, pero no tiene su alma. Esta especie es la que empaña la reputación de los sufíes.



150 Cuentos sufíes
Maulana Jalāl al-Dīn Rūmī
Fotografía tomada de internet

domingo, 29 de noviembre de 2020

EL PRISIONERO


Había un sufí que acompañaba a un ejército en guerra. Cuando llegó el momento del combate, los jinetes partieron como flechas, pero el sufí permaneció en su tienda. Pues las almas densas permanecen en tierra mientras que las almas ardientes se elevan hasta el cielo. 

Los soldados volvieron victoriosos, en posesión de un inmenso botín. En el momento del reparto, quisieron que participara el sufí, pero él se negó alegando su tristeza por no haber asistido al combate. Como nada lograba calmar su pesar, los soldados le dijeron: 

«Hemos traído una gran cantidad de prisioneros. ¡No tienes más que matar a uno de ellos y, de este modo, habrás participado en el combate!». 

Esta solución devolvió la alegría al sufí y, apoderándose de uno de los prisioneros, lo condujo detrás de su tienda, para haber suprimido al menos a un enemigo. 

Transcurrió un largo rato y los soldados acabaron por preguntarse la razón de este insólito retraso. Uno de ellos, por curiosidad, fue a buscar noticias. Pues bien, detrás de la tienda, descubrió al prisionero con las manos atadas. Había mordido al sufí en el cuello y éste, con la cara ensangrentada, yacía en tierra vencido. 

Lo mismo sucede contigo. Ante tu ego, que tiene, sin embargo, las manos atadas, te desvaneces como el sufí. Sientes vértigo desde lo alto de una pequeña colina, pero miles de montañas te esperan. 

Los soldados mataron inmediatamente al prisionero y lavaron el rostro del sufí con agua de rosas para calmar su dolor. Cuando recobró el conocimiento, le preguntaron: 

«¿Es posible ser tan débil? ¿Cómo has podido dejarte vencer por un hombre que tenía las manos atadas?». 

El sufí respondió: 

«En el momento en que me disponía a cortarle la cabeza, me lanzó una extraña mirada y perdí el conocimiento. De su mirada surgió un ejército para atacarme. ¡Eso es lo único que recuerdo!». 

Los soldados replicaron: 

«Es inútil participar en la guerra cuando se tiene semejante valor. ¡Un prisionero maniatado ha podido más que tu paciencia! ¡El ruido de una espada que corta una cabeza no es el ruido de una paleta para lavar la ropa! Tú no estás familiarizado con el combate de los hombres. ¿Cómo podrías pretender nadar en un océano de sangre? Muchas cabezas sin cuerpo ruedan por tierra, porque no se trata de una invitación a sentarse a la mesa. No te remangues como si se tratase de tomar una escudilla de sopa. ¡Esto es un asunto de hombres y no de timoratos!». 

¿Cómo podría la razón que se asusta de un ratón desenvainar la espada ante el enemigo? Un combate semejante no está hecho para los que van buscando refugio de ilusión en ilusión.



150 Cuentos sufíes
Maulana Jalāl al-Dīn Rūmī
Fotografía tomada de internet

jueves, 19 de noviembre de 2020

EL INSTANTE SECRETO


Un comerciante muy rico tenía una hija de mejillas brillantes como Venus. Su rostro era hermoso como la luna y daba buena suerte. Cuando alcanzó la edad de la madurez, su padre la confió a un marido. Pero este marido apenas era digno de ella. Sin embargo, si las sandías maduras no se cogen, se pudren. Así, por temor a los sobornadores, el padre se vio obligado a cometer este error. Dijo, sin embargo, a su hija: 

«Pon mucha atención para no quedarte embarazada. Sólo por necesidad te caso con este pobre hombre. Es un solitario y no hay que esperar mucha constancia por su parte. Si te abandona cualquier día, la carga de un hijo sería demasiado pesada para ti. 

—¡Oh, padre! dijo la bella, ¡tu consejo es bien intencionado y lleno de razón y obraré siguiendo tu parecer!». 

Cada tres días, el comerciante reiteraba sus consejos a su hija para protegerla del peligro de la procreación. Pero ella era joven y su marido también, tanto que no tardó en quedar embarazada. Ocultó a su padre la noticia durante cinco meses, hasta el momento en que la cosa se hizo evidente en exceso. 

«¿No te había dicho yo que tuvieras cuidado? exclamó el comerciante. ¿Se han desvanecido mis consejos como humo? ¿Alguna vez han influido en ti? 

—¡Oh, padre! respondió la hija, ¿cómo habría podido protegerme? La mujer y el hombre son como del fuego y el algodón. ¿Cómo podría el algodón protegerse del fuego y evitar inflamarse?». 

El comerciante replicó: 

«No te aconsejé que no te acercaras a tu marido, sino sólo que te protegieras de su semen. ¡No tenías más que alejarte de él en el momento fatal! 

—Pero ¿cómo hubiera yo podido reconocer un instante tan secreto? 

—Es evidente, sin embargo. ¡Es el momento preciso en que los ojos del hombre se ponen en blanco! 

—¡Querido padre! exclamó la hija, ¡cuando los ojos de mi marido se ponen en blanco, los míos se quedan ciegos!». 


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Maulana Jalāl al-Dīn Rūmī
Fotografía tomada de internet

viernes, 30 de octubre de 2020

EL INVITADO


Un hombre recibió un día una visita inesperada. Abrazó a su invitado con fervor. Dispuso la mesa y le ofreció una hospitalidad intachable. Ahora bien, había aquella misma noche una fiesta de boda en la casa del vecino y el hombre dijo a su mujer: 

«Extiende dos literas. Pon la mía a un lado de la puerta y la de mi invitado al otro lado. 

—¡Oh, luz de mis ojos! respondió la mujer. ¡Cumpliré con alegría lo que me pides!». 

Preparó ella, pues dos lechos y después se fue a casa del vecino para participar en la fiesta de la boda. El hombre y su invitado pasaron la velada saboreando frutos y contándose las extrañas aventuras que les habían sucedido en el curso de su existencia. 

Cuando se hizo tarde, el invitado, ya con sueño, se dirigió al lecho situado cerca de la puerta y el amo de la casa no se atrevió a indicarle el lugar que le había asignado. 

Al volver de la fiesta, la mujer se desnudó y se acostó en el lecho del invitado. Tomándolo por su marido, le abrazó diciendo: 

«¡Oh, sabio! Mis temores se han realizado. Fuera cae una lluvia torrencial y eso va a retrasar la partida de nuestro invitado. ¡Se va a quedar pegado a nosotros como una lapa! Porque ¿cómo podría irse con semejante lluvia? ¡Ah! ¡Puedes estar seguro! ¡Va a quedarse y será como un estorbo para nuestras dos almas!». 

A estas palabras, el invitado se levantó como una flecha de su lecho y reclamó su calzado diciendo: 

«No temo ni el barro ni la lluvia. Estoy listo para partir. ¡Muy buenas noches! El alma que viaja no debería concederse el menor instante de descanso o de distracción. El que no está más que de paso debe volverse a su casa lo más aprisa posible». 

La mujer intentó hacerle creer que sólo se trataba de un juego, pero ni siquiera sus lágrimas lograron hacer ceder al invitado y ella y su marido se pusieron a lamentarse tras la partida de su huésped. 

Tristes y avergonzados por esta aventura, transformaron su casa en albergue pero, en todos los instantes, la imagen de su invitado les decía en su corazón: 

«Yo era amigo de Elías. Había venido para haceros compartir los tesoros de la misericordia. ¡Ay, era vuestro destino que las cosas sucedieran así!». 


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Maulana Jalāl al-Dīn Rūmī
Fotografía tomada de internet

miércoles, 14 de octubre de 2020

LA PARTIDA DE AJEDREZ



Al sultán le gustaba mucho jugar al ajedrez con Delkak, pero cada vez que este último le daba jaque mate, sentía una violenta cólera. 

«¡Así seas condenado!» le gritaba. 

Tomaba las piezas del tablero y se las lanzaba a la cabeza. 

«¡Toma! ¡Ahí tienes al rey!» decía. 

Delkak, con mucha paciencia, esperaba el socorro de Dios. Un día, el sultán le ordenó que jugara una partida y Delkak se puso a temblar como si se encontrase desnudo sobre el hielo. El sultán perdió de nuevo. Cuando llegó el momento fatal, Delkak se refugió en un rincón de la habitación y se ocultó detrás de seis capas de edredones para protegerse del lanzamiento de las piezas. 

«¿Qué haces?» le preguntó el sultán. 

Desde debajo de los edredones, Delkak le respondió: 

«¡Dos veces condenado seas! Cuando tu cólera se desborda, nadie se atreve a decir la verdad. Eres tú quien ha perdido la partida, pero, en realidad soy yo el que sufre el jaque mate por tus golpes y me veo obligado a protegerme bajo los edredones para decirte: 

¡Condenado seas!». 


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Maulana Jalāl al-Dīn Rūmī
Fotografía tomada de internet

lunes, 12 de octubre de 2020

EL VINO



Había un emir que era un buen vividor y apreciaba mucho el vino. Su morada era el refugio de los pobres y de los inconscientes. Su corazón encerraba, como el océano, perlas y oro. 

En aquella época, que era la de Jesús, se permitía beber vino. Una noche, nuestro emir recibió la visita inesperada de otro emir cuyo carácter era muy semejante al suyo. Para que nada faltase a su alegría, se hicieron traer vino. Pero, como quedaba muy poco, el emir llamó a su esclavo y le pidió que fuese a buscar vino a casa de un sacerdote vecino suyo. 

«Toma esta cántara, le dijo, y ve a llenarla de vino de ese sacerdote, pues su vino es puro. ¡En una sola gota de esa bebida, se encuentra un efecto que se buscaría inútilmente en un tonel de otro vino!». 

El esclavo tomó, pues, una cántara y corrió al monasterio. Adquirió vino y pagó en moneda de oro. Dio guijarros y recibió joyas. ¡Pues el vino, que anima incluso los huesos, cambia, para el que lo bebe, el trono en un vulgar trozo de madera! 

Así pues, provisto de su preciosa carga, el esclavo se volvió hacia el palacio de su amo. Pero, de pronto, apareció en su camino un asceta de aspecto triste. Su cuerpo estaba como consumido por el fuego de su corazón. Y sus duras pruebas lo habían marcado profundamente. Vivía noche y día en contacto con la tierra y con la sangre. Su paciencia y su lucidez no se apagaban sino pasada la medianoche. Este asceta preguntó al esclavo: 

«¿Qué contiene esa cántara? 

—¡Vino! respondió éste. 

—¿Y para quién es ese vino? prosiguió el asceta. 

—¡Para mi amo! respondió el esclavo. 

—¿Cómo es posible buscar la verdad cuando se entrega uno a los placeres de la bebida? exclamó el asceta. ¿Se puede beber el vino de Satanás cuando la razón nos falla? La razón se dispersa sin que nos demos cuenta y conviene añadir razón a la misma razón. ¡Cuando uno se embriaga tan tontamente, se encuentra como el pájaro cogido en el cepo!». 

Y, tomando una piedra, la lanzó contra la cántara, que se rompió. El esclavo huyó y fue a refugiarse en la casa de su amo. Éste le preguntó si había encontrado vino y el esclavo le contó lo que había sucedido. El emir entró entonces en una violenta cólera y pidió que se le indicara la casa de aquel asceta. 

«¡Se ha ganado un buen estacazo! exclamó. ¡Qué especie de asno! 

¿Qué podría saber él del orden de la sabiduría? ¡Habrá querido hacerse notar adquirir renombre por la hipocresía! ¡Cuando un loco se enreda en calumnias, el látigo es un excelente remedio para hacer salir a Satanás de su cabeza!». 

Vociferando así, con su estaca en la mano el emir llegó, medio ebrio, a la casa del asceta, con la intención de matarlo. El asceta, asustado, se ocultó bajo unos fardos de lana. Al oír desde su escondite las imprecaciones del emir se dijo: 

«¡Desde luego hace falta un gran valor para atreverse a decir a la gente la verdad en su cara! Sólo los espejos son capaces de ello. Hay que tener una cara tan dura como un espejo de metal para atreverse a decir a un hombre semejante: “¡Mira el horror de tu cara!”». 

Finalmente, el emir acabó por encontrar al asceta y se dedicó a la tarea de molerlo a palos. Hizo tanto ruido que todo el barrio estuvo pronto sobresaltado. El asceta estaba magullado por todas partes. 

¡Oh, emir! ¡Perdónalo! Este pobre asceta es un desdichado que ha soportado muchos sufrimientos. ¡Oh, queridos amigos! ¡Tened piedad de los que aman! Pues son como muertos en este mundo de muerte. También tú has roto muchas cántaras por ignorancia. Y tu corazón espera, sin embargo, el perdón. Entonces, perdona tú también si quieres ser perdonado. 

El emir exclamó: 

«¿Quién es él para haberse atrevido a romper esta cántara? Hasta el león me mira con temor. ¿Cómo ha tenido este asceta el atrevimiento de lastimar el corazón de mi esclavo y avergonzarme ante mi invitado? ¡Ha derramado un vino más precioso que la sangre y ahora intenta escapar como una mujer! Aunque fuera un pájaro, ni siquiera eso impediría que la flecha de mi cólera desgarrase sus alas. ¡Aunque se protegiese bajo toneladas de rocas, sería para mí un juego hacer estallar su refugio! ¡Mi intención es apalearlo de tal modo que eso sea una lección para todos los de su especie!». 

Su cólera era tan viva que escupía fuego ebrio de sangre. Al oír estas amenazas, la gente se puso a interceder en favor del asceta. Besaron las manos y los pies del emir: 

«¡Oh, emir! ¿Son dignas de ti tal cólera y tal rabia? Aunque tu vino haya sido derramado, ¿no quieres buscar la alegría sin el vino? La atracción que experimentas por esa bebida proviene de ti. Tu corpulencia y el color de tus mejillas hacen esclavos tuyos a todos los vinos y vuelven celosos a todos los bebedores. Nada tienes que hacer con un vino del color de las rosas. Porque tú mismo eres de ese color. ¡En realidad, el vino en su tonel se estremece de afecto por tus mejillas! Tú eres un océano. ¿Qué es una gota para ti? Tú eres la fuente de las alegrías y del placer. ¿Por qué tomarte ese trabajo por un poco de vino?». 

«¡La joya es el hombre y los cielos no están hechos sino para él! Lo esencial es el hombre y todo lo demás no es más que detalle. No te mancilles, pues la razón, la idea y la previsión son esclavas tuyas. Toda criatura tiene por misión servirte. Puesto que tú eres la joya, no está bien que halagues tu montura. ¡Ay! ¡Tú buscas la ciencia en los libros y en el gusto de los dulces! Pero tú eres un océano de ciencia oculto en una gota. Todo el universo está escondido en tu cuerpo. Pues, ¿qué es el vino, el sama (danza de los derviches) o la fornicación, para que tú esperes encontrar en eso placer o utilidad? ¿Cómo podría tomar el sol algo de las chispas? Tú eres un alma libre pero, ¡ay!, te has convertido en prisionero de las condiciones. ¡Apiadémonos del sol enredado en sus ataduras!». 

El emir respondió: 

«¡No! El vino es mi pasión y no puedo contentarme con vuestros placeres inocentes. Querría ser como el jazmín que se estremece al viento. Querría liberarme de toda esperanza y de todo temor. Querría ser como el sauce que se derrama por todos lados. Querría jugar con el viento, como hacen sus ramas».



150 Cuentos sufíes
Maulana Jalāl al-Dīn Rūmī
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miércoles, 23 de septiembre de 2020

EL GATO Y LA CARNE



Un hombre tenía una mujer de carácter desabrido, sucia y mentirosa, que derrochaba todo lo que su marido traía a la casa. Un día, este hombre, que era muy pobre, compró carne para obsequiar a sus invitados. Pero la mujer se la comió a escondidas, rociándola con un poco de vino. En el momento de la comida, el hombre le dijo: 

«¡Los invitados están aquí! ¿Dónde está la carne y el pan? ¡Sirve a mis invitados! 

—El gato se ha comido toda la carne, respondió la mujer. ¡Vuelve a comprar, si quieres!». 

El hombre tomó entonces al gato y lo pesó en una balanza. Encontró que el animal pesaba cinco kilos. Exclamó: 

«¡Oh, mujer mentirosa! ¡La carne que he comprado pesaba también cinco kilos! Si acabo de pesar el gato, ¿dónde está la carne? Pero si es la carne lo que acabo de pesar, entonces ¿adónde ha ido a parar el gato?». 




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Maulana Jalāl al-Dīn Rūmī
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miércoles, 2 de septiembre de 2020

EL FUEGO DEL AMOR



En la época de Beyazid Bestami, un musulmán exhortó un día a un infiel a que se convirtiera. Le dijo: 

«¿Por qué no reunirte con el rebaño de los que logran su salvación descubriendo la luz del Islam?». 

El otro respondió: 

«Si es de la fe del sheij Beyazid de la que hablas, no tendré ciertamente fuerza para resistirme. Estoy lejos de la religión y de la fe, pero las respeto. Mi boca está cerrada con un sello, pero me adhiero secretamente a su fe. Si la fe de la que hablas es la vuestra, no tengo ningún deseo de compartirla. Pues cualquiera que es atraído por la fe pierde inevitablemente su interés por ella al veros. De vuestra fe sólo queda el nombre. Es como si llamaseis a la gente a buscar asilo en el desierto. En contacto con vosotros, el fuego del amor a la fe se apaga». 


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martes, 1 de septiembre de 2020

LEILA



Unos ignorantes dijeron un día a Mediún: 

«¡Leila no es tan hermosa! En nuestra ciudad hay millares de mujeres que la superan en belleza y en refinamiento». 

Mediún respondió: 

«La apariencia es una cántara. La belleza es el vino. Dios me ofrece vino bajo esta apariencia. A vosotros os ofrece vinagre en la misma cántara para que abandonéis el amor de las apariencias. La mano de Dios dispensa el veneno y la miel en la misma cántara. La cántara es muy visible, pero, para los ciegos, el vino no existe». 



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domingo, 30 de agosto de 2020

EL POBRE



Un pobre lleno de insolencia vio pasar un día a unos esclavos ricamente vestidos con trajes de seda y cinturones dorados. Alzó los ojos al cielo y dijo: 

«¡Oh Señor mío! ¡Esa gente está bien cuidada por su amo! De ese modo es como deberías obrar conmigo, que soy tu esclavo». 

En efecto, este hombre llevaba el traje hecho jirones, tenía hambre y temblaba de frío. Ese estado era la razón de su insolencia. Era un íntimo de Dios y reconocía sus favores. 

Si los cortesanos pueden permitirse ser insolentes con el sultán, no te creas autorizado para hacer lo mismo, pues tú no tienes la misma intimidad con el dueño. Deseas un cinturón dorado, pero Dios te ha dado algo mejor que eso: una cintura para recibir ese cinturón. Quieres una corona, pero ¿no te ha dado Dios una cabeza? 

Ahora bien, un día sucedió que el propietario de los esclavos fue acusado por el sultán de una falta grave. Sus esclavos fueron encarcelados y torturados para que confesasen el lugar en que se encontraba el tesoro de su amo. Los maltrataron así durante un mes pero, por fidelidad hacia su amo, ninguno de ellos reveló el secreto. Un buen día, el pobre del que hablábamos recibió en un sueño un mensaje que le decía: 

«¡Tú puedes ir a aprender junto a esos esclavos cómo se comporta un verdadero servidor!». 


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Maulana Jalāl al-Dīn Rūmī
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jueves, 20 de agosto de 2020

EL ÁRBOL FRUTAL


Un hombre había subido a un árbol frutal y sacudía sus ramas para hacer caer la fruta. Llegó de pronto el propietario y lo apostrofó: 

«¿No te da vergüenza ante Dios? 

—¿Qué hay de vergonzoso?, replicó el hombre. Si un servidor de Dios come el fruto de los favores de Dios en el huerto de Dios, ¿en qué es reprensible?». 

El propietario dijo entonces a sus servidores: 

«¡Traed una cuerda para que reciba la respuesta que merece!». 

Lo hizo atar a un árbol y después lo azotó en los muslos y la espalda. El hombre se puso a gritar: 

«¡Deberías avergonzarte ante Dios de maltratar a un inocente como yo!». 

Pero el propietario respondió: 

«Si un servidor de Dios golpea con el bastón de Dios a otro servidor de Dios, ¿qué mal ves en ello? El bastón le pertenece, tus muslos y tu espalda le pertenecen. En cuanto a mí, ¡yo no soy más que una herramienta en sus manos!». 

Entonces dijo el ladrón: 

«¡Me arrepiento! ¡Me arrepiento! Dices verdad: ¡La voluntad existe en mí!». 



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Maulana Jalāl al-Dīn Rūmī
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domingo, 16 de agosto de 2020

RÁBANOS


Un día un ladrón dijo a uno de los soldados del sultán: «¡Todo lo que he hecho ha sido querido por Dios!». «Lo mismo me pasa a mí», replicó el soldado. Si alguien roba rábanos de un puesto de venta e intenta disculparse diciendo: «¡Es Dios quien lo ha querido!», dale un puñetazo en la cabeza y vuelve a poner los rábanos en su sitio, pues también eso es la voluntad de Dios. 

¡Oh, idiota! Sabes bien que ningún tendero aceptará ese pretexto. ¿Cómo, entonces, puedes contar con Él? ¡Oh, ignorante! Al persistir en este error, arruinas tu sangre y tus bienes. Si tal argumento pudiese servir, entonces cualquiera podría arrancarte el bigote con esa excusa. 

También yo estoy lleno de deseos, pero el temor de Dios ata mis manos y mis brazos. 

Cuando se trata de satisfacer tu ego, tienes como la voluntad de veinte personas. ¡Y, para lo demás, invocas la voluntad de Dios! 


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Maulana Jalāl al-Dīn Rūmī
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viernes, 14 de agosto de 2020

PERRO DE SATANÁS


Cuando un Turcomano posee un perro pastor, éste se instala en el umbral de su tienda. Los hijos de la familia le tiran de la cola y lo hacen rabiar, pero a él le trae sin cuidado. Pero si, por casualidad, viene a pasar un extraño, se transforma de repente en un temible león. Es como la rosa para sus amigos y como la espina para sus enemigos. El Turcomano es quien le da su comida y por esta razón el perro le es fiel y lo guarda. 

También este perro de Satanás ha sido creado por Dios y hay una sabiduría oculta en esto. La comida que recibe es el sudor del pueblo que corre tras los bienes de este mundo. Satanás, igual que un perro, sacrificaría su vida en el umbral de la casa de su dueño. ¡Oh, perro de Satanás! ¡Cada vez que el pueblo da un paso, somételo a prueba! Pues todos, buenos o malos, se dirigen hacia ese umbral. ¿Por qué se dice: «¡Me refugio en Dios!», sino porque el perro viene a atacarnos? ¡Oh, Turcomano! ¡Llama a tu perro para despejarme el camino! ¡Sé generoso conmigo! 

Si el propietario no puede hacerse obedecer por su perro, no hay esperanza alguna en recurrir a su generosidad. Si es incapaz de dominar a su perro en su propia tienda de campaña, desgraciado él y sus visitantes, porque el perro los asustará a ambos. Pero, gracias a Dios, cuando el Turcomano lanza un grito, incluso los leones sudan sangre, ¡tanto es el miedo que sienten! ¡Oh, tú que pretendes ser el león de Dios! ¿Cómo te atreves a decir que cazas cuando, desde hace años, eres impotente ante un perro? Demasiado evidente es que, en este asunto, tú eres la pieza de caza. 


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Maulana Jalāl al-Dīn Rūmī
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domingo, 9 de agosto de 2020

CONVENCIDO


Un musulmán exhortaba a un cristiano a que se convirtiera: 

«¡Oh! ¡Ven a abrazar el Islam y su fe! 

—Si Dios lo quiere, dijo el cristiano, Él me hará abrazar la fe. ¡Él es quien procura el conocimiento y sólo Él puede quitarme toda duda!». 

El musulmán insistía: 

«Dios quiere que abraces la fe para escapar del infierno, ¡pero tu maldito egoísmo y la compañía de Satanás te dirigen hacia la blasfemia y hacia la Iglesia! 

—¡La Iglesia me ha convencido! dijo el cristiano, y formo parte de ella porque es más agradable unirse a quien nos ha convencido. Dios me pide que dé pruebas de fidelidad. Así que tengo que ser constante. Si mi ego y Satanás pueden actuar a su gusto, entonces la clemencia divina no tiene sentido. Tú quieres construir una mezquita imponente y muy ornamentada. Pero el que te siga hará de ella un monasterio. ¡Has tejido con mucho amor una pieza de paño para hacerte un manto, pero ha venido alguien, te la ha robado y se ha hecho con ella un pantalón! Si se desperdicia el paño, ¿puede ser tenido él por responsable? Si estoy deshonrado así, es que Dios lo ha querido. ¿De qué sirve pretender que la voluntad divina se realiza siempre si la voluntad del ego reina como dueña? Sin la voluntad de Dios, nadie aquí abajo, tendría voluntad, ni siquiera un instante. ¡Si piensas que soy el más vil de los infieles, sabe que yo mismo estoy convencido de ello! Si el destino cumple su voluntad en contradicción con la voluntad divina, entonces más vale someterse a Satanás, pues él es el que vencerá. Pero si un día Satanás se vuelve mi enemigo, ¿quién me protegerá de él? Créeme, es desde luego la voluntad de Dios la que se realiza. Este mundo le pertenece y el otro también. Sin su orden, nadie podría mover ni un dedo. A él es a quien pertenecen los bienes, las decisiones y el orden universal. Y Satanás no es más que un maldito perro que le pertenece».



150 Cuentos sufíes
Maulana Jalāl al-Dīn Rūmī
Fotografía tomada de internet

miércoles, 29 de julio de 2020

LINTERNA EN PLENO DÍA


Un sacerdote paseaba en pleno día por el mercado llevando una linterna encendida. Así provisto, paseaba en círculos por el bazar. Un importuno le dijo: 

«¿Por qué entras así en todas las tiendas? ¿Qué buscas? ¿A qué viene que, cuando es pleno día, busques algo a la luz de una linterna?». 

El sacerdote respondió: 

«¡Busco a un hombre vivo y que tenga el aliento de un santo! 

—¡Pues bien, mira! dijo el hombre, ¡este bazar está lleno de una multitud de gente! 

—¡No! dijo el sacerdote, ¡busco a un hombre que pueda controlar su deseo y su cólera! Uno que siga siendo hombre en lo más fuerte del deseo. Querría que un hombre así me pisase como polvo, para que pudiese sacrificar mi alma por él. 

—Buscas una cosa muy rara. Tus actos demuestran que tienes muy poco en cuenta al destino. Tú no ves más que la apariencia, pero lo esencial es decidido por el destino. Y, cuando el destino se realiza, incluso los cielos quedan asombrados. Intentar negar eso es disminuir el universo. El destino puede transformar la piedra en agua. Tú, que has visto girar la muela del molino, ven, pues, a ver el río que la mueve. ¿Tú has visto volar el polvo? Mira más bien al viento que es la causa de ello. Tú ves la marmita de las ideas que hierve. Sé razonable y mira mejor el fuego que está debajo y que la hace hervir. No te preocupes de la paciencia y piensa en el que te ha ofrecido la paciencia. ¡Pretendes haber visto algo, pero tus actos demuestran que no has visto nada en absoluto! Admira el océano antes que la espuma, pues el que no ve más que la espuma cae en la manía del secreto, mientras que el que ve el océano cae en la admiración. Transforma su corazón en océano. Quien ve la espuma sufre de vértigo y da vueltas en redondo, pero quien ha visto el océano no conoce la duda».


150 Cuentos sufíes
Maulana Jalāl al-Dīn Rūmī
Fotografía tomada de internet

jueves, 23 de julio de 2020

LA VACA Y LA ISLA


En una isla exuberante de verdor vivía una vaca en soledad. Pastaba allí hasta la caída de la noche y así engordaba cada día. Por la noche, al no ver ya la hierba, se inquietaba por lo que iba a comer al día siguiente y esta inquietud la dejaba tan delgada como una pluma. Al amanecer el prado reverdecía y ella se ponía de nuevo a pacer con su apetito bovino hasta la puesta del sol. Estaba de nuevo gorda y llena de fuerza. Pero, en la noche siguiente, volvía a lamentarse y a adelgazar. 

Por mucho tiempo que pasara, nunca se le ocurría que el prado no disminuía y que no tenía por qué inquietarse de aquel modo. 

Tu ego es esta vaca y la isla es el universo. El temor del mañana adelgaza la vaca. No te ocupes del futuro. Más vale mirar el presente. Tú comes desde hace años y los dones de Dios, sin embargo, no han disminuido nunca. 


150 Cuentos sufíes
Maulana Jalāl al-Dīn Rūmī
Fotografía tomada de internet

domingo, 19 de julio de 2020

VIAJE


Un discípulo había acompañado a su maestro con ocasión de un viaje. Pues bien, se encontraban en un país en el que el pan era cosa rara. Y el temor por la falta de alimentos estaba omnipresente en el espíritu del discípulo ignorante. Su maestro, lleno de lucidez, pronto descubrió esta obsesión. Le dijo: 

«¿Por qué apenarte? ¡Te inquietas por tu pan y pierdes tanto tu confianza como la paciencia! ¡Ah! No formas aún parte de los santos. ¡Porque ellos pueden subsistir sin nueces ni pasas! El hambre es la parte de todos los servidores de Dios. Es un favor que no recae en cualquier tonto o en cualquier mendigo. Abandona tus temores. Como no formas parte de los elegidos, no es fácil que permanezcas en esta cocina sin encontrar en ella algún alimento. Cuando se trata de llenar el vientre del común de los mortales, siempre hay abundancia. Y cuando esta gente muere, ve el pan alejarse diciendo: “¡Teníais miedo del hambre, pero mirad: os vais y yo me quedo aquí!”». 

¡Oh, vosotros que os inquietáis por vuestra subsistencia, levantaos y venid a serviros! Pero más vale tener confianza y no inquietarse, pues tu parte está tan enamorada de ti como tú lo estás de ella. Sólo tiene caprichos porque conoce tu impaciencia. Si fueras paciente, vendría ella a ofrecerse a ti. No hay verdadera opulencia sin confianza.


150 Cuentos sufíes
Maulana Jalāl al-Dīn Rūmī
Fotografía tomada de internet

miércoles, 15 de julio de 2020

LIMPIAR EL ALMA


Había un hombre creyente que vivía en Gazna. Su nombre era Serrezi, pero lo llamaban Mohammed. No rompía su ayuno sino ya caída la noche, comiendo unos pámpanos. Este modo de vida duraba para él desde hacía siete años sin que nadie estuviese al corriente. Este hombre despierto conocía muchas cosas extrañas, pero su fin era ver el rostro de Dios. Cuando se sintió satisfecho de su alma y de su cuerpo, subió a la cima de la montaña y se dirigió a Dios: 

«¡Oh, Dios mío!, muéstrame la belleza de tu rostro y me lanzaré al vacío». 

Dios respondió: 

«Aún no ha llegado el momento. Y si caes de la montaña, tu fuerza no te bastará para morir». 

Entonces, lleno de melancolía, el hombre se arrojó al vacío. Pero cayó en un lago muy profundo y así se salvó. Siempre dominado por el deseo de morir, se puso a lamentarse. Le daba igual la vida que la muerte. Toda la creación se le aparecía como en desorden y el versículo del Corán que dice: «La vida existe incluso en la muerte» volvía constantemente a sus labios y a su corazón. 

Más allá de lo aparente y de lo oculto, oyó una voz que le decía: 

«¡Deja el prado y vuelve a la ciudad! 

—¡Oh, Dios mío! dijo el hombre. ¡Tú que conoces todos los secretos! ¿De qué va a servirme ir a la ciudad? 

—Ve allá a mendigar para mortificarte. Recoge dinero entre los ricos y distribúyelo entre los pobres. 

—¡Te he oído, dijo Serrezi, y te obedeceré!». 

Provisto así de esta orden divina, se volvió a la ciudad y Gazna quedó llena de su luz. El pueblo acudió a su encuentro pero él, para evitar la multitud, tomó un camino apartado. Los ricos de la ciudad, que se alegraban de su regreso, habían preparado un palacete que pensaban poner a su disposición. Pero él les dijo: 

«No creáis que he vuelto para exhibirme. ¡No! He vuelto para mendigar. Mi propósito no es extenderme en vanas palabras. Visitaré las casas con un cesto en la mano, pues Dios lo ha querido así y yo soy su servidor. Mendigaré, pues, y formaré parte de los mendigos más desfavorecidos, para quedar envilecido y que todos me insulten. ¿Cómo podría yo desear honores cuando Dios quiere mi degradación?». 

Y, con su cesto en la mano, dijo además: 

«¡Dadme algo, por la gracia de Dios!». 

Su secreto consistía en invocar la gracia de Dios, aunque su puesto estuviese muy alto en el cielo. Así lo hicieron todos los profetas. Serrezi visitó, pues, todas las moradas de la ciudad para pedir limosna cuando las puertas del cielo estaban abiertas para él. Fue en cuatro ocasiones a casa de un emir para mendigar. A la cuarta vez, el emir le dijo: 

«¡Oh, ser inmundo! No me tomes por un avaro, pero escúchame bien: ¡qué desvergüenza la tuya! ¡Nada menos que cuatro visitas a mi domicilio! ¿Existe un mendigo peor que tú? Deshonras incluso a los pobres. Y ningún infiel ha dado nunca pruebas de tanto egoísmo». 

Serrezi replicó: 

«¡Cállate, oh emir! No hago sino cumplir mi tarea. Ignoras todo sobre el fuego que me devora. No sobrepases los límites. Si realmente experimentara el deseo del pan, sería el primero en abrirme el vientre. Pues, durante siete años, no he comido más que pámpanos. ¡Mi cuerpo había terminado por ponerse completamente verde!». 

Con estas palabras, se puso a llorar y las lágrimas inundaron su cara. Su fe conmovió el corazón del emir. Pues la fidelidad de los que aman conmovería incluso a una piedra. No es extraño, pues, que pueda conmover a un corazón sensible. Los dos hombres se pusieron a llorar juntos y el emir dijo: 

«¡Oh, sheij! ¡Ven! ¡Toma mi tesoro! Sé que mereces cien veces más. Mi casa es tuya. Toma lo que quieras». 

Pero Serrezi respondió: 

«Eso no es lo que se me ha pedido. ¡No puedo tomar nada con mis propias manos ni penetrar en las moradas por iniciativa mía!». 

Y se marchó. El ofrecimiento del emir era sincero, pero poco le importaba, pues Dios le había dicho: 

«Mendigarás como un pobre». 

Siguió mendigando así durante dos años; después Dios le dijo: 

«¡Desde ahora darás! No pidas ya nada a nadie, pues lo que des procederá del universo oculto. Si un pobre te pide caridad, mete la mano bajo tu estera de paja y dispensa los tesoros del Misericordioso. En tu mano la tierra se convertirá en oro. Cualquier cosa que se te pida, dala, pues nuestro favor por ti es grande y es inagotable. Socorre a los cargados de deudas y fertiliza la tierra como la lluvia». 

Durante un año, Serrezi así lo hizo. Distribuyó por el mundo el oro de los favores divinos. La tierra se convirtió en oro en sus manos y los más ricos eran pobres comparados con él. Antes de que un pobre le pidiese lo que necesitaba, lo adivinaba y lo socorría. Le preguntaron: 

«¿De dónde te viene esa presciencia?». 

Respondió: 

«Mi corazón está vacío. No siente ya necesidades. No tengo otro cuidado que el amor de Dios. He barrido todas las cosas de mi corazón, sean buenas o malas. Mi corazón está lleno ya del amor de Dios». 

Cuando ves un reflejo en el agua, este reflejo representa una cosa que se encuentra fuera del agua. Pero para que haya un reflejo, el agua debe ser pura. Necesitas, pues, limpiar el arroyo del cuerpo si quieres ver el reflejo de los rostros. 


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Maulana Jalāl al-Dīn Rūmī
Fotografía tomada de internet
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