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domingo, 23 de agosto de 2020

EL SONIDO DEL SILENCIO


Un día, mientras permanecía inmóvil como siempre en el mismo sitio, un maestro vio aparecer en el horizonte una especie de bola de polvo. Aquella bola se hizo más y más grande y el sheik pronto reconoció a un hombre que se le acercaba corriendo y levantaba una enorme polvareda.

El hombre, que era joven, llegó hasta el maestro y se postró ante él.
– ¿Qué quieres?

El joven le contestó:
– Maestro, he venido desde lejos a oírte tocar el arpa sin cuerdas.
– Como quieras – le dijo el maestro.

El santo hombre no varió su postura lo más mínimo. No cogió ningún instrumento, no hizo nada. El maestro y el freviente discípulo permanecieron inmóviles. Tras tres días, el joven dejó percibir, quizá por un gesto, una inclinación o un carraspeo, un incipinte cansancio.

– ¿Qué te pasa? – preguntó el maestro.

El joven dudó un poco. Comenzó a balbucear algunas palabras. Para poder ayudarlo, el maestro preguntó:
– ¿No has oído nada?
– No – contestó el joven con voz culpable.
– Entonces, ¿por qué no me has pedido que tocase más fuerte?

Maestro: el sonido está dentro de nosotros, en nuestro corazón. Es cuestión de saber escucharlo.


Cuento Sufí

miércoles, 1 de julio de 2020

SUBSISTENCIA


Un hombre piadoso había oído a alguien referir estas palabras del profeta: 

«La subsistencia del alma viene a vosotros de parte de Dios. Lo queráis o no, acaba por encontraros, pues está enamorada de vosotros». 

Decidido a experimentar la cosa, nuestro hombre trepó a las montañas y, allí, se dijo: 

«Veamos si mi subsistencia viene a buscarme aquí, a este lugar aislado». 

Y, con esto, se durmió. Pues bien, una caravana que se había extraviado, vino a pasar por aquel lugar. Al ver a un hombre dormido así en pleno desierto, los viajeros se dijeron: 

«¿Qué hace este hombre en plena montaña, lejos de la ciudad y fuera de cualquier camino? ¿Está muerto o vivo? ¿No tiene nada que temer de los animales salvajes?». 

Se pusieron a sacudirlo, pero él, deseoso de llevar la experiencia hasta su término, nada decía. Permanecía como inerte, con los ojos cerrados. Los viajeros se dijeron: 

«¡Pobre hombre! ¡Está casi muerto de hambre!». 

Y trajeron pan y alimento. Preocupado por su experiencia, el hombre se mantuvo quieto y no separó los dientes. La gente, entonces, redobló su piedad por él: 

«¡Dios mío! ¡Va a morir, eso es seguro! Vamos a buscar un cuchillo». 

Le introdujeron un cuchillo entre los dientes y consiguieron así separar sus mandíbulas. Le hicieron tragar de este modo un tazón de sopa y unos trozos de pan. 

El hombre se dijo entonces: 

«¡Ya está! ¡Has comprendido el secreto!». 

Y su corazón se decía: 

«Es Dios quien procura la subsistencia del cuerpo y del alma. Que esto te sirva de prueba. Esta subsistencia viene al encuentro de los que pacientemente la esperan». 




150 Cuentos sufíes
Maulana Jalāl al-Dīn Rūmī
Fotografía tomada de internet

domingo, 28 de junio de 2020

EL ASNO LASTIMADO


Había un aguador que poseía un asno de carácter desabrido y cansado de la existencia. Los fardos habían lastimado su lomo y éste inconsolable no esperaba ya más que la muerte. La falta de alimento lo hacía sufrir cruelmente y soñaba continuamente con un pienso de paja. El acicate había dejado, además, en sus costados unas llagas dolorosas. 

Ahora bien, el palafrenero jefe del palacio del sultán conocía al propietario de este asno. Un día se cruzó con él en su camino. Lo saludó y, viendo el estado de su asno, se compadeció de él. 

«¿Por qué está este asno tan demacrado? preguntó. 

—La causa es mi pobreza, respondió el hombre. También yo estoy necesitado y mi asno tiene que prescindir de todo alimento». 

El palafrenero le dijo: 

«Confíamelo unos días para que aproveche un poco las ventajas de la cuadra del sultán». 

El hombre le confió, pues, su asno y éste fue instalado en las cuadras del palacio. Allí vio unos caballos árabes, fogosos y lustrosos, provistos de un buen lecho de paja y de abundante alimento. El suelo estaba limpio y aseado. Nunca llegaba a faltar nada. Y viendo que a cada momento los almohazaban, el asno elevó los ojos al cielo y dijo: 

«¡Oh, Dios mío! Aunque sólo sea un asno, soy, de todos modos, una de tus criaturas. ¿Por qué, entonces, tengo que soportar esta miseria y estos tormentos? Paso las noches llamando a la muerte con mi deseo a causa de mi lomo baldado y mi vientre vacío. En comparación, la suerte de estos caballos me parece particularmente envidiable. ¿Es que, por casualidad, me están reservadas estas pruebas a mí solo?». 

Ahora bien, un día estalló la guerra. Los caballos fueron ensillados y partieron al combate. Cuando volvieron a la cuadra, estaban ensangrentados, heridos por todas partes por innumerables lanzazos o flechazos. Los hicieron entrar en la cuadra y los trabaron para que el herrador, provisto de su lanceta, pudiese actuar. Y éste empezó a cortar en las heridas para retirar las puntas de las flechas. Al ver todo esto, el asno se dijo: 

«¡Oh, Dios mío! A fin de cuentas, estoy satisfecho con mi estado de pobreza. Esta abundancia se vuelve pronto muy amarga. ¡Muy poco para mí! Quien busca la salvación no se aficiona a este mundo de aquí abajo. ¡Mi salvación es la pobreza!». 



150 Cuentos sufíes
Maulana Jalāl al-Dīn Rūmī
Fotografía tomada de internet

viernes, 19 de junio de 2020

LA PERLA


Había un hombre llamado Nasuh, que se ocupaba en el baño del servicio de las mujeres. Su cara era muy afeminada, lo que le permitía disimular su virilidad. Era un maestro en el arte del disfraz. Desde hacía años actuaba así y nadie había descubierto su secreto. Pero, a pesar de su cara y de su voz aflautada, su deseo era ardiente. Cubría su cabeza con un velo, pero era un joven ardoroso. 

Se arrepentía a menudo de esta actividad, pero su deseo volvía a imponerse. Un día fue a ver a un sabio para que éste le procurase el socorro de sus plegarias. El sabio comprendió enseguida la situación y no dejó que se le notara nada. Sus labios estaban como cosidos pero, en su corazón, los secretos ya estaban desvelados. Pues los que conocen los secretos tienen la boca sellada. 

Así, con una ligera sonrisa, dijo al joven: 

«¡Que Dios te haga arrepentirte de lo que tú sabes!». 

Esta plegaria atravesó los siete cielos y fue aceptada, pues las plegarias de este sheij eran diferentes de las demás. Dios creó, pues, un pretexto para sacar a Nasuh de la situación en la que se encontraba. Un día, cuando Nasuh llenaba un barreño de agua, la hija del sultán extravió una perla. Era una de las joyas que adornaban sus pendientes. Todas las mujeres presentes se precipitaron por todos lados para encontrarla y cerraron las puertas. Por mucho que buscaron por todas partes, la perla siguió sin aparecer. Para no omitir nada, se decidió registrar a las personas presentes, mirar en su boca, sus orejas y en todos los orificios y aberturas. Se ordenó a todos que se desnudaran para ser registrados. 

Nasuh, retirado en un rincón, con el rostro pálido, estuvo a punto de desvanecerse de miedo. Pensaba en la muerte y su cuerpo temblaba como una hoja. Se decía: 

«¡Oh, Dios mío! ¡He pecado mucho! He faltado a mis buenas resoluciones. Y cuando me llegue el turno de ser registrado, ¿quién puede decir cuántas torturas sufriré? Siento ya el olor a quemado de mis pulmones. ¡Ah! ¡No deseo a nadie, ni siquiera a un infiel, que conozca un trance semejante! ¡Ojalá que mi madre no me hubiese concebido! ¡O que un león me hubiese devorado! ¡Oh, Dios mío! Me confío a tu misericordia. ¡Ten piedad de mí! Concédeme la gracia pues cada poro de mi piel siente como una mordedura de serpiente. Si cubres mi vergüenza, me arrepentiré de todos mis pecados. ¡Acepta una vez más mi arrepentimiento y si no cumplo esta promesa, haz de mí lo que quieras!». 

Mientras que mascullaba así. Nasuh oyó decir a alguien: 

«Hemos registrado a todo el mundo. Pero ¿dónde está Nasuh? Que venga para ser también registrada». 

Al oír esto, Nasuh se derrumbó como un muro que se viene al suelo. Su razón lo abandonó y permaneció en el suelo, inanimado. En este estado, mientras estaba fuera de sí mismo, pudo alcanzar el secreto de la verdad. Mientras que nada subsistía de su existencia, se concedió un favor a su alma. Ésta escapó de la razón para unirse a la verdad. Entonces fue cuando afluyó la oleada de la misericordia. 

De repente, alguien gritó: 

«¡Aquí está la perla! ¡Acabo de encontrarla! ¡Tranquilizaos y alegraos conmigo!». 

Las mujeres aplaudieron diciendo: 

«¡Todo solucionado!». 

El alma de Nasuh volvió a la superficie y sus ojos vieron de nuevo la luz. Todos le pedían perdón por haber dudado de su honradez. 

«¡Te hemos calumniado, Nasuh! Pero, como eras tú la que estaba más cerca de la hija del sultán, ¿no era normal que fueses la primera sospechosa?». 

De hecho, las mujeres habrían querido empezar el registro por ella, pero, por respeto a su intimidad con la hija del sultán, habían querido dejarle así la ocasión de desembarazarse de la perla. Mientras que ellas pedían perdón, Nasuh decía: 

«No os excuséis. Soy culpable y mi culpabilidad supera la vuestra. Lo que me sucede es un favor de Dios pero, en realidad, soy peor de lo que imagináis. Todo lo que hayáis podido decir sobre mí no es ni la centésima parte de mis pecados. Quien cree conocer mis faltas, no conoce sino una ínfima parte de ellas. Dios, que cubre con un velo toda vergüenza, conocía bien mis pecados. Iblis, que fue mi maestro durante algún tiempo, se había convertido en discípulo mío. Dios conocía mis faltas, pero las ha ocultado para ahorrarme la vergüenza. Con su misericordia, me ha abierto el camino del arrepentimiento. Aunque cada uno de mis pelos se convirtiese en una lengua, eso no bastaría para expresar mi gratitud». 

Algún tiempo después, vino alguien de parte de la hija del sultán para invitarlo a cumplir su servicio en el baño. No quería, le dijeron, ser servida sino por ella. Nasuh respondió: 

«¡Vete! Yo ya he salido de esa situación. ¡Di que Nasuh está enfermo!». 

Y se decía: 

«¡He muerto y resucitado! Este instante de temor que he vivido es inolvidable. ¡Después de tal advertencia, sólo un asno perseveraría en el error!». 



150 Cuentos sufíes
Maulana Jalāl al-Dīn Rūmī
Fotografía tomada de internet

sábado, 30 de mayo de 2020

EL FUEGO DE LA NOSTALGIA


Mediún, separado de su amada, había caído enfermo y el fuego de la nostalgia hacía hervir su sangre. Vino un médico para cuidarlo, pero, cuando puso el dedo en el lugar de su dolor, el enamorado lanzó un grito: 

«¡Déjame! ¡Si tengo que morir, tanto peor!». 

El médico replicó, asombrado: 

«¡Tú que no temes al león y que estás cada noche rodeado de animales salvajes, dominándolos con sólo la fuerza de tu amor! ¿Qué significa este miedo repentino?». 

Mediún respondió: 

«No tengo miedo de la enfermedad, pues soy más paciente que la montaña. Mi cuerpo está contento con la enfermedad. El pesar es mi patrimonio y mi corazón está lleno de Leila. ¡Por eso temo que, al hacerme una sangría, puedas herir a mi amada!».



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Maulana Jalāl al-Dīn Rūmī
Fotografía tomada de internet

miércoles, 20 de mayo de 2020

LAS BABUCHAS PRECIOSAS


Eyaz, que era un hombre de corazón puro, había guardado sus babuchas y su manto en una habitación. La visitaba cada día y, como esas babuchas y ese manto constituían todo su haber, se decía:

«¡Vaya! ¡Mira estas babuchas! ¡No tienes motivos para estar orgulloso!».

Pero unos celosos lo calumniaron ante el sultán diciendo:

«Eyaz posee una habitación en la que acumula oro y plata. ¡La puerta está bien cerrada y nadie entra en ella más que él!

—Es extraño, dijo el sultán. ¿Qué puede poseer que desee ocultar a mis ojos? Tratemos de aclarar el misterio sin que se dé cuenta de nada».

Llamó a uno de sus emires y le dijo:

«A medianoche, abrirás esta celda y tomarás todo lo que te parezca interesante. Todo lo que hayas encontrado, muéstralo a tus amigos. ¿Cómo puede este avaro pensar en acumular tesoros cuando yo soy tan generoso?».

A medianoche, el emir se trasladó a la celda con tres de sus hombres. Se habían provisto de linternas y se frotaban las manos diciendo:

«La orden del sultán es generosa, pues así recuperaremos en beneficio nuestro todo lo que encontremos».

De hecho, el sultán no dudaba de su servidor, sino que deseaba sólo dar una lección a los calumniadores. Sin embargo, su corazón temblaba y se decía:

«Si realmente ha hecho tal cosa, es preciso que su vergüenza no sea pública pues, suceda lo que suceda, lo tengo en gran estima. ¡Por otra parte, está por encima de este tipo de calumnias!».

El que tiene malos pensamientos compara a sus amigos con él. Los mentirosos compararon al profeta con ellos. Y así fue como los calumniadores vinieron a tener malos pensamientos sobre Eyaz.

El emir y sus hombres acabaron por forzar la puerta y penetraron en la habitación, ardiendo en deseos. ¡Ay! ¡No vieron allí más que el par de babuchas y el manto! Se dijeron:

«Es inconcebible que esta habitación esté tan vacía. Esos objetos sólo están ahí para desviar la atención».

Fueron a buscar una pala y un pico y empezaron a excavar por todos lados. Pero todos los agujeros que excavaban les decían:

«Este lugar está vacío. ¿Por qué, pues, lo abrís?».

Finalmente, rellenaron los agujeros, llenos de decepción, pues el pájaro de su deseo no había saciado su apetito. La puerta hundida y el suelo removido quedaban como testigos de la fractura. Regresaron, cubiertos de polvo, ante el sultán. Éste, fingiendo ignorar su decepción, les dijo:

«¿Qué pasa? ¿Dónde están las bolsas de oro? Si las habéis dejado en algún sitio, ¿dónde está entonces la alegría de vuestros rostros?».

Ellos le respondieron:

«¡Oh, sultán del universo! Si haces correr nuestra sangre, lo habremos merecido. Nos entregamos a tu piedad y a tu perdón.

—No me corresponde a mí perdonaros, replicó el sultán, sino más bien a Eyaz, pues habéis atacado su dignidad. Esa herida está en su corazón. Aunque él y yo no seamos más que una persona, esta calumnia no me afecta directamente. ¡Pues si un servidor comete un acto vergonzoso, su vergüenza no recae sobre el sultán!».

El sultán pidió, pues, a Eyaz que juzgase él mismo a los culpables, diciendo:

«Aunque te probase mil veces, nunca encontraría en tu casa el menor signo de traición. ¡Serían más bien las pruebas las que se avergonzarían ante ti!

—Todo lo que me has dado te pertenece, respondió Eyaz. Mi peso es solamente este manto y este par de babuchas. Por eso es por lo que dijo el profeta: “¡El que se conoce, también conoce a su Dios!”. A ti te corresponde juzgar pues, ante el sol, desaparecen las estrellas. ¡Si hubiese sabido prescindir de este manto y de estas babuchas, estas calumnias no se habrían producido!».



150 Cuentos sufíes
Maulana Jalāl al-Dīn Rūmī
Fotografía tomada de internet

viernes, 15 de mayo de 2020

UN PUÑADO DE TIERRA


Dios creó al hombre de tal manera que puede distinguir el bien del mal. Un día pidió al ángel Gabriel que fuese a buscarle un puñado de tierra. Pero cuando éste tendió la mano, la tierra retrocedió y dijo lamentándose:

«¡Oh, ángel! ¡Por el amor de Dios, perdóname! ¡En nombre de la ciencia que Dios te confió, no me hagas daño!

Tú tratas con Dios a cada instante. Eres el dueño de los ángeles y el mensajero del profeta. Has tenido revelaciones. Eres un ángel superior, pues insuflas el espíritu al alma igual que Izrafel insufla el alma al cuerpo. Cuando él sopla su trompeta, el cuerpo se reanima, pero cuando eres tú quien pones en tu boca la trompeta, el corazón resucita a la luz. ¡Miguel nos proporciona el alimento del cuerpo, pero tú alimentas el corazón! ¡Como la misericordia triunfa sobre la cólera, lo mismo triunfas tú sobre Azrael!».

Así habló la tierra. Gabriel, emocionado por sus lágrimas, regresó ante Dios y le dijo:

«No me atrevo a diferir la ejecución de tus órdenes, pero sabes lo que ha pasado entre la tierra y yo. ¡Me hubiese sido fácil traerte un puñado de ella si no me hubiese intimidado invocando uno de tus nombres!».

Dios dijo entonces a Miguel:

«¡Ve a la tierra y tráeme un puñado de ella!».

Pero la tierra, fogosamente, expresó sus tormentos al ángel:

«¡En nombre de Aquel que te hizo sostén de los cielos, perdóname! Tú eres el que pesa el don de cada criatura, el que calma la sed de los sedientos. Ten piedad de mí. ¡Mira las lágrimas de sangre que vierto!».

Un ángel es una manifestación de la misericordia divina y no pone sal en la herida de un enfermo. Así, Miguel regresó ante Dios sin haber cumplido su misión. Le dijo:

«¡Oh, Señor que conoces lo oculto y lo aparente! Las lágrimas de la tierra han alzado un obstáculo en mi camino. Conozco el valor de las lágrimas y no he podido mostrarme insensible».

Entonces, Dios dijo a Izrafel:

«Ve a buscarme un puñado de tierra».

Apenas Izrafel hubo llegado a su destino cuando la tierra empezó de nuevo a lamentarse diciendo:

«¡Oh, savia de la vida! ¡Con tu aliento resucitas a los muertos! Tu aliento lleno de misericordia reanima el universo entero. Eres el sostén de la tierra y el ángel de misericordia. En nombre de Dios, no me causes ningún daño. Pues me atenaza la duda. Tú eres fiel al Misericordioso y Dios es el que no espanta a nadie, ni siquiera al pájaro. ¡Por piedad, sé tan clemente como tus dos predecesores!».

Así Izrafel se volvió hacia Dios:

«Tú has ordenado a mis oídos que vayan a buscar tierra y has ordenado lo contrario a mi razón. ¡Que tu misericordia sea mayor que tu cólera!».

Entonces Dios dijo a Azrael:

«¡Tráeme un puñado de tierra sin más vacilaciones!».

Ahora bien, la tierra volvió a lamentarse:

«¡En nombre del Misericordioso! ¡En nombre del Todopoderoso! ¡Déjame! Pues Dios no niega a quien pide».

Azrael replicó:

«¡Yo no tengo poder para diferir una orden del Todopoderoso!

—¡Pero Dios ordena ser sabio y perdonar!

—La sabiduría, dijo Azrael, puede interpretarse de maneras diferentes, pero cuando se tiene una orden tan estricta, apenas hay lugar para interpretaciones. Tus lágrimas y tus suspiros abrasan mi corazón. No creas que soy insensible a la piedad. Puede incluso que sea más compasivo que los que me han precedido. Pero, si, ante una orden de Dios, yo abofeteo a un huérfano, y si un hombre de buena voluntad le ofrece leche, mi gesto valdrá más que el suyo. En toda prueba hay un don. El ágata siempre está oculta en el barro. ¡Puesto que es El quien te invita, ven! ¡Esta invitación sólo te traerá honor y alegría! Más vale obedecer las órdenes de Dios. Por mi parte, no tengo fuerza para resistirme a ellas».

Después, como la tierra persistía en su petición:

«Yo soy como un lápiz entre dos dedos. ¡No hago más que obedecer!».

Y, mientras que la tierra lo escuchaba, tomó de ella lo suficiente para llenar su mano. Y la tierra se sintió como el niño que llevan por fuerza a la escuela.

Dios dijo entonces a Azrael:

«¡Te nombro arrancador de espíritus!

—¡Oh, Señor mío! dijo Azrael, si ésa es mi tarea, toda criatura será mi enemiga. ¡No hagas de mí el enemigo de toda criatura!».

Dios respondió:

«No temas nada. Crearé enfermedades de la cabeza, convulsiones… y muchas otras cosas como razones aparentes de la muerte y nadie te considerará responsable.

—¡Oh, Señor mío! ¡Habrá sin duda sabios entre tus servidores que rasgarán ese velo!

—Esos saben que existe un remedio para cada pesar y que sólo el destino es irremediable. Los que miran el origen no te verán. Aunque estés oculto a los ojos del pueblo, eres un velo tú mismo para los que ven la verdad. Puesto que, para ellos, el destino tiene la dulzura del azúcar, ¿qué tendrían que temer? Si derribas los muros de una prisión, ¿por qué quieres que se aflijan los prisioneros? ¿Por qué dirían: “¡Qué lástima haber roto tan hermoso mármol!?”. Ningún preso está triste por salir de la prisión, salvo el destinado al patíbulo. El que duerme en prisión y sueña con jardines de rosas se dice: “¡Oh, Dios mío, déjame gozar de este Edén!”. Cuando duerme, no desea despertar».

El alma dormida ignora el cuerpo, esté éste en el jardín de rosas o en el fuego. ¡Qué hermoso sueño! ¡Visitar el paraíso sin morir!


150 Cuentos sufíes
Maulana Jalāl al-Dīn Rūmī
Fotografía tomada de internet

lunes, 11 de mayo de 2020

FAVOR DIVINO


Muy cerca del Temén, en la ciudad de Darván, vivía un hombre lleno de generosidad, de bondad, de madurez y de razón. Su morada era el lugar de reunión de los desheredados, de los pobres y de los melancólicos. Tenía la costumbre de distribuir la décima parte de sus cosechas. 

Cuando el trigo se convertía en harina y hacían pan con ella, distribuía la décima parte de él. Cualquiera que fuese la naturaleza de su cosecha, hacía así, cuatro veces al año, esa distribución. 

Un día dio estos consejos a sus hijos: 

»Cuando yo haya muerto, perpetuad esta tradición para que el favor divino esté sobre vuestra cosecha. El fruto de una cosecha proviene de lo desconocido, pues es Dios quien nos lo proporciona. Si disponéis adecuadamente de sus larguezas, la puerta del provecho se abrirá para vosotros. Así hacen los campesinos que siembran sin esperar ya una parte de su cosecha. Puede suceder que lo sembrado sea más importante en cantidad que el resto. ¡Qué importa! ¡Tienen confianza! El zapatero se priva igualmente de todo para comprar pieles, pues ésa es la fuente de sus ingresos. Pero la tierra o el cuero no son, de hecho, sino velos. Y la verdadera fuente de ganancia es lo que Dios nos ofrece. Si restituís vuestras ganancias a la fuente, recuperáis vuestra apuesta centuplicada. Imaginad que hayáis colocado vuestras ganancias en el lugar en el que suponéis que se encuentra su fuente y que nada brota durante dos o tres años. No os queda ya sino implorar a Dios. 

»No lo olvidéis: Él es quien nos procura alegría y embriaguez, no el vino ni el hachís. Ninguna ayuda verdadera nos vendrá de vuestros tíos, de vuestros hermanos, de vuestro padre o de vuestros hijos. Sabedlo: llegará un día en que ellos se alejarán de vosotros y vuestros amigos se volverán enemigos. Durante toda vuestra vida no habrán hecho sino obstaculizar vuestro camino, igual que ídolos. 

»Si un amigo se aleja de ti con rencor, celos o cólera, no te apenes. Muy al contrario, da limosnas y da gracias a Dios pues no estabas ligado a ese amigo sino por ignorancia. Pero ahora te has liberado de sus redes. Busca, pues, un verdadero amigo. El verdadero amigo es aquél cuya amistad no se deja enfriar por nada, ni siquiera por la muerte. 

»No olvidéis esto: sembrad vuestra semilla en la tierra de Dios para que vuestra cosecha esté al abrigo de los ladrones y de las calamidades. En cualquier momento el diablo nos amenaza con la pobreza. No le sirvamos de pieza de caza. Por el contrario, démosle caza nosotros, pues no es digno que el halcón del sultán sea cazado por una perdiz». 

Pero este sabio sembraba la semilla de la sabiduría en un terreno árido. En las palabras del sabio se encuentran miles de exhortaciones útiles. Pero hace falta oído para oírlas. ¡Quién mejor que los profetas para aconsejar, puesto que sus palabras hacen moverse las montañas! 

Las montañas han aprovechado sus consejos, pero muchos hombres les arrojaron piedras. Así es como, hipnotizados por la idea de sacrificar una décima parte de sus ganancias, muchos hombres olvidan el favor divino que obtendrían obrando así. 



150 Cuentos sufíes
Maulana Jalāl al-Dīn Rūmī
Fotografía tomada de internet

jueves, 7 de mayo de 2020

SUEÑO


Un derviche, retirado en su celda, tuvo un sueño una noche. Vio una perra que estaba preñada y oyó los ladridos de los perrillos. Aquello le pareció muy extraño. 

«¿Cómo pueden ladrar esos perrillos incluso antes de haber nacido? se preguntó. ¡Nadie en este bajo mundo ha oído nunca hablar de una cosa semejante!». 

Al despertarse, su estupefacción no hizo sino aumentar. Y como estaba solo en su celda y nadie podía ayudarle a aclarar este misterio, se dirigió a Dios: 

«¡Oh, Señor! ¡Estoy pasmado ante este enigma!». 

Del mundo de lo desconocido llegó esta respuesta: 

«Ese sueño es la representación del discurso de los ignorantes. Pues ellos hablan cuando aún no han salido de los velos que los rodean. Sus ojos están cerrados y charlan inútilmente. Es tan vano como el ladrido de un perrillo en el vientre de su madre. Ladra, pero ni siquiera sabe qué es la caza ni qué es estar vigilando. Aún no ha visto ni lobo ni ladrón». 

El deseo de ponerse en primer plano, ciega a los ignorantes y sus palabras son temerarias. Describen la luna sin haberla visto y venden aire a sus clientes. 

Busca clientes que te busquen realmente. No te preocupes de uno cualquiera de ellos. ¡Porque es malo estar enamorado de dos amadas! 



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Maulana Jalāl al-Dīn Rūmī
Fotografía tomada de internet

martes, 5 de mayo de 2020

LLANTOS


Un discípulo visitó un día a su maestro. Lo encontró llorando y se puso también a llorar más fuertemente aún. 

Cuando dos amigos bromean, el que tiene buenos oídos ríe una sola vez, pero el sordo ríe dos veces, pues su primera risa no es sino una imitación. Ríe con todo el mundo sin entender. Después, cuando se le explica la causa de la hilaridad general, ríe por segunda vez. 

Un imitador es como un sordo. Vive en el placer y en la alegría sin saber lo que son el placer y la alegría. La luz del maestro se refleja en su corazón. La alegría del discípulo emana de la de su maestro. Los que creen que este estado les es propio son como un cesto en el agua. Cuando se le saca del agua, se da cuenta de que el agua pertenece al río. 



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Maulana Jalāl al-Dīn Rūmī
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jueves, 30 de abril de 2020

EL ORIGEN DEL ORIGEN


Un enamorado estaba relatando a su amada todo lo que había hecho por ella: 

«He hecho muchas cosas por ti. Por culpa tuya he sido blanco de muchas flechas. Mis bienes han volado y mi dignidad al mismo tiempo. ¡Ah, cuánto he sufrido por tu amor! Ya no hay noche ni día que me traiga una sonrisa». 

Así enumeraba la lista de los amargos brebajes que había tenido que absorber. No hacía esto con el fin de culpabilizar a su amada, sino, más bien, para probarle su sinceridad. Pues la sed de los enamorados no colma ningún instinto. Describía sus penas sin cansarse. ¿Cómo podría un pez cansarse del agua? 

Cuando había terminado de hablar de sus desengaños, añadía: 

«¡Y aún no te he dicho nada!». 

Era como la candela que ignora su llama y se funde en lágrimas. 

Su amada le respondió: 

«Es verdad, has hecho todo eso por mí. Pero ahora préstame atención y escucha esto: ¡tú no has ido hasta el origen del origen del amor y todo lo que has hecho es aún poca cosa! 

—Dime ¿cuál es, pues, ese origen? 

—Es la muerte, la desaparición, la inexistencia. ¡Has hecho todo para probar tu amor, salvo morir!». 

En aquel mismo instante, el enamorado rindió el alma en la alegría y esta alegría le quedó, eternamente.



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Maulana Jalāl al-Dīn Rūmī
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miércoles, 8 de abril de 2020

TRAMPAS


El gallo representa el deseo y el ídolo de la carne. Se ha embriagado con un vino envenenado.

Si Adán no hubiera tenido el cuidado de asegurar su descendencia, habría permanecido casto por vergüenza del deseo.

Satanás pidió a Dios: «¡Necesito una trampa poderosa para perseguir al pueblo!».

Dios le mostró el oro, la plata y los caballos y dijo: «¡Puedes atraer al pueblo con todo eso!

—¡Es bastante tentador! reconoció Satanás, pero yo busco algo mucho más poderoso».

Mostrándole todas sus minas, Dios dijo: «¡Oh, maldito! ¡Aquí tienes otras trampas!».

—¡Oh, protector! ¡Eso es insuficiente!, respondió Satanás.

Entonces Dios le mostró montones de vituallas, golosinas y vestiduras de seda.

«¡Oh, Señor mío, imploró Satanás, ten piedad de mí! Eso solo no me bastará para encadenar a los hombres y distinguir a los que aman de los hipócritas. ¡Necesito un cebo más sutil!».

Dios propuso además la bebida y la música. Satanás se mostró admirado, pero quedó insatisfecho. Pero, cuando Dios le mostró la trampa de la belleza femenina, se puso a danzar de alegría y exultó:

«¡Es exactamente lo que necesitaba!».

Cuando hubo visto aquellos ojos lánguidos capaces de hacer perder la razón a cualquiera, aquellas mejillas que inflamarían el corazón de los enamorados, aquellos lunares, aquellos labios de ágata, aquel reflejo de luz de vanidad tras un velo tan fino, aquellas maneras, aquellos caprichos, aquellos juegos, entonces Satanás quedó por fin satisfecho.



150 Cuentos sufíes
Maulana Jalāl al-Dīn Rūmī
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domingo, 5 de abril de 2020

LA BARCA DEL APEGO (CUENTO)


Dos viajeros se disponen a subir a una barca para cruzar un río. Un monje, de pie en la otra orilla, les grita alarmado:

-¡No os metáis en la barca porque si entráis en ella y os cruza por el río quedaréis agradecidos, quedaréis endeudados, quedaréis en su poder y deberéis llevar el peso de esa deuda sobre vuestras cabezas el resto del viaje! ¡Si queréis seguir viajando libres, por favor, no os metáis en ella!

Entretanto, subido a una barca, otro monje navega por el río. Acaba de escuchar la advertencia, los gritos de alerta y de peligro. Está más cerca de los viajeros, por eso no necesita gritar. Pero de todas formas se toma unos momentos y rema un poco para aproximarse.
Entonces les dice suavemente:

– Usad la barca, y añadid a la dicha de cruzar el río la conciencia de que al llegar a la orilla abandonaréis la barca sin apegos. Eso es la libertad.

*No dejes de usar la barca por miedo a apegarte a ella porque terminarás apegado. Vive plenamente y sin apegos, cualquier cosa que poseas, dinero, belleza, fama, poder… si te importa demasiado tenerla, acabará poseyéndote a ti.

viernes, 3 de abril de 2020

EL FILO DE LA ESPADA


Cuando Mohammed Alp Ulug Harezmshah hubo tomado por asalto la ciudad de Sebsvar, los ciudadanos imploraron su piedad: 

«¡Oh, sha! Somos tus servidores. Perdónanos la vida y pagaremos el tributo que exijas. ¡Perdónanos la vida aunque no sea más que por unos días!». 

El sultán les respondió: 

«Hay entre vosotros un hombre llamado Abu Bekr. Mientras no me lo hayáis traído, vuestra vida sólo penderá de un hilo. Si fracasáis, ¡os pasaré a todos a cuchillo!». 

Un hombre trajo entonces una bolsa de oro y dijo: 

«¡No nos pidas tal cosa pues, en nuestra ciudad, no existe nadie con ese nombre! ¡Es como si buscases polvo en el fondo de un río!». 

Sin dirigir la menor mirada a la bolsa de oro, el sultán dijo: 

«¡Oh, adoradores del fuego! No esperéis salvación si no me traéis a ese Abu Bekr. ¡No creáis que me contentaré, como un niño, con bolsas de oro y de plata!». 

Los habitantes de Sebsvar se pusieron, pues, a registrar hasta los menores rincones de la ciudad, con la esperanza de encontrar a aquel hombre. Después de tres días y tres noches de búsquedas, acabaron por encontrar a un hombre llamado Abu Bekr. Era endeble y flaco y vivía, enfermo y afligido, en medio de los escombros. 

«¡Ven aprisa —le dijeron los ciudadanos—, el sultán te reclama! Sólo tú puedes salvar nuestra ciudad del degüello». 

—Si tuviera fuerza para caminar, replicó el hombre, habría abandonado este lugar desde hace muchísimo tiempo. ¡No me habría quedado entre mis enemigos y habría ganado lo más aprisa posible el país del amigo! 

Entonces, colocaron a Abu Bekr en un féretro y lo llevaron al sultán. 

Este universo es como la ciudad de Sebsvar. Muchos hombres de Dios están extraviados en él y Dios, como el sultán de Harezmshah, pide al pueblo un corazón puro. El profeta dijo: «Dios no mira vuestra apariencia. No busquéis más que la pureza del corazón». Sólo los hombres de corazón merecen Sus miradas. Tú te has creído un hombre de corazón y te has vuelto orgulloso. Así es como te has salido del camino de los hombres de corazón. 

Tú dices al sultán: «¡He aquí un corazón puro! ¡Es lo mejor que puede encontrarse en la ciudad de Sebsvar!». 

Te responderán: «¡Esto no es un cementerio! ¿Por qué me traes un cadáver? ¿No existe un corazón puro junto al cual se refugien los ciudadanos?». 

No olvides que los corazones puros están disimulados en este universo, pues la luz es lo contrario de la oscuridad. 




150 Cuentos sufíes
Maulana Jalāl al-Dīn Rūmī
Fotografía tomada de internet

domingo, 29 de marzo de 2020

LA GACELA


Un cazador capturó un día una gacela y la encerró en el cercado en el que guardaba sus asnos y sus vacas. La pobre gacela, perdida, corría de aquí para allá. Llegada la noche, el cazador trajo heno para los asnos. Éstos tenían un hambre tan grande que este vil alimento les era dulce como el azúcar. La gacela, aturdida por el polvo, vagaba en todos sentidos. Estar unido uno a su contrario es una tortura peor que la muerte. 

También tú sufres esta tortura sin darte cuenta siquiera. El pájaro de tu alma está encerrado en la misma jaula que su contrario. El espíritu es como un halcón, pero tu naturaleza es la del cuervo. 

Durante mucho tiempo, esta gacela con perfume de almizcle languideció en el cercado de los asnos. Se encontraba allí como un pez varado en la orilla. El almizcle y los excrementos se encontraban reunidos en un mismo lugar. Los asnos empezaron entonces a burlarse de ella. Uno decía: 

«¡Oh, oh! ¡Tiene el carácter de un sultán!». 

Otro: 

«¡Seguro que posee perlas!». 

Cuando quedaron saciados, la invitaron, sin embargo, a satisfacer su hambre, pero la gacela les dijo: 

«¡Estoy muy cansada y apenas tengo apetito! 

—¿Ah, sí? dijeron los asnos. Entendemos perfectamente. Tienes tus caprichos. ¡Temes rebajarte! 

—Es vuestro alimento, dijo la gacela. Os conviene, pero yo soy amiga de la hierba fresca. Acostumbro a saciar mi sed en el agua pura de los ríos. Sin duda lo que me sucede estaba escrito en mi destino. ¡Ay, mi naturaleza no ha cambiado y heme aquí en la situación de un pobre en cuya mirada ni siquiera hay avidez! ¡Mis vestidos pueden estar ajados, pero yo estoy aún fresca! ¡Cuando pienso que en otro tiempo comía a mi voluntad lilas, tulipanes y lirios…! 

—¡La nostalgia te extravía! replicaron los asnos. 

—¡Mi almizcle es mi testigo! respondió la gacela. Incluso el ámbar y el incienso lo respetan. Sólo los que perciben los olores los diferencian. ¡Mi almizcle no está ciertamente destinado a los amantes del fango! ¡Oh, qué inútil es ofrecer almizcle al que aprecia el olor del estiércol!». 

En este bajo mundo, la salvación está en la nostalgia y la soledad. 



150 Cuentos sufíes
Maulana Jalāl al-Dīn Rūmī
Fotografía tomada de internet

miércoles, 18 de marzo de 2020

DOS ÁNGELES


Dos ángeles puros, llamados Harût y Marût, habían sido condenados a permanecer prisioneros en el fondo de un pozo, en pleno centro del universo. Eran conocidos por su ciencia de la magia y esta reputación atraía a mucha gente. Ellos negaban que quisieran enseñar la magia. A los que insistían, les decían: «Nosotros sólo enseñamos la magia para probar a los hombres».

Los deseos son como perros dormidos. El bien o el mal que reside en ellos permanece oculto. Aunque en apariencia estén tan inmóviles como troncos de leña, las trompetas del deseo resuenan tan pronto como se despierta su interés. Cientos de perros se despiertan así. Resurgen muchos deseos enterrados. Cada pelo de esos perros se convierte en un diente. Sucede como la brasa que se frota con leña seca. No siempre se les ve, porque no tienen piezas que cazar.

El enfermo ha perdido su apetito. Sólo tiene un deseo: recobrar la salud. ¡Pero si le muestran una rebanada de pan o un fruto seco, se olvida inmediatamente de que necesita seguir un régimen! Si tiene paciencia, la vista de este alimento le es útil, pues lo hace fuerte. ¡Pero si no tiene paciencia, entonces, más vale que no lo vea!




150 Cuentos sufíes
Maulana Jalāl al-Dīn Rūmī
Fotografía tomada de internet
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