martes, 2 de octubre de 2012

PALABRAS


En estos tiempos se habla continuamente de crisis, no sólo económica, sino también política, religiosa, educacional, etc. Como si llevaran un elefante sobre sus espaldas los ciudadanos tratan de encontrar la calma en actividades idiotizantes o auto-destructivas. Pueda este cuento sernos útil:

En aquel reino los asuntos iban de mal en peor. El dinero, en un proceso irreversible, como cadáver que se corrompe, devaluábase sin que solución alguna pudiera hacer resucitar su antiguo poder. Como si fueran conejos, los súbditos se multiplicaban llenando de hijos miserables el suelo agotado. El hambre aumentaba a la par que el descontento, y crecía la violencia. Las autoridadaes, incapaces de ayudar al pueblo -¿en esos momentos de naufragio, quién iba ayudar a otra cosa que a su propio bolsillo?- , aumentaban las fuerzas represivas, lo que ayudaba a convertir al reino en una caldera con paredes que tenían que ser engrosadas continuamente para que pudieran retener la explosión de un vapor de agua en continuo crecimiento… 

El Monarca, para solucionar los problemas del presente y retardar el inevitable y catastrófico futuro, trabajaba sin cesar. Llegaba rendido a su lecho y trataba de dormir con la esperanza de lograr un sueño reparador. ¡En vano! Cada madrugada, su pequeño hijo, a quien adoraba más que al sol, se levantaba y comenzaba a jugar dando esos cristalinos gritos con que las gargantas infantiles saludan el placer de un nuevo día. La reina, una devota mujer, comprendiendo cuan esencial era el descanso para su marido, interrumpía la alharaca del príncipe con susurros exagerados: “¡Por favor, mi niño, cállate!”. El rey se despertaba e inmediatamente la atroz realidad caía en su mente impidiéndole seguir durmiendo. Su mujer le dijo: “¡Perdóneme, señor, pero no logro hacerlo callar!”. El rey sonrió con amarga bondad: “¡Señora, en este reino donde todo es quejas y miseria, los gritos de felicidad no me perturban sino que me hacen descansar cual si fueran música. En cambio la voz de usted, tan llena de preocupación y severidad, me despierta porque no corresponde a la maravillosa alegría de un mundo que viene saliendo de la noche y entra al baño de luz del nuevo día como si la mañana fuera un bautizo!”… La reina dejó de preocuparse, el niño jugó cuanto quiso y el rey pudo dormir a pierna suelta.

La energía natural hay que encauzarla y no reprimirla.

lunes, 1 de octubre de 2012

UN RELATO SOBRE AMOR

Se trata de dos hermosos jóvenes que se pusieron de novios cuando ella tenía trece y él dieciocho. Vivían en un pueblito de leñadores situado al lado de una montaña. Él era alto, esbelto y musculoso, dado que había aprendido a ser leñador desde la infancia. Ella era rubia, de pelo muy largo, tanto que le llegaba hasta la cintura; tenía los ojos celestes, hermosos y maravillosos..

La historia cuenta que habían noviado con la complicidad de todo el pueblo. Hasta que un día, cuando ella tuvo dieciocho y él veintitrés, el pueblo entero se puso de acuerdo para ayudar a que ambos se casaran.
Les regalaron una cabaña, con una parcela de árboles para que él pudiera trabajar como leñador. Después de casarse se fueron a vivir allí para la alegría de todos, de ellos, de su familia y del pueblo, que tanto había ayudado en esa relación.
Y vivieron allí durante todos los días de un invierno, un verano, una primavera y un otoño, disfrutando mucho de estar juntos. Cuando el día del primer aniversario se acercaba, ella sintió que debía hacer algo para demostrarle a él su profundo amor. Pensó hacerle un regalo que significara esto. Un hacha nueva relacionaría todo con el trabajo; un pulóver tejido tampoco la convencía, pues ya le había tejido pulóveres en otras oportunidades; una comida no era suficiente agasajo…
Decidió bajar al pueblo para ver qué podía encontrar allí y empezó a caminar por las calles. Sin embargo, por mucho que caminara no encontraba nada que fuera tan importante y que ella pudiera comprar con las monedas que, semanas antes, había ido guardando de los vueltos de las compras pensando que se acercaba la fecha del aniversario.
Al pasar por una joyería, la única del pueblo, vio una hermosa cadena de oro expuesta en la vidriera. Entonces recordó que había un solo objeto material que él adoraba verdaderamente, que él consideraba valioso. Se trataba de un reloj de oro que su abuelo le había regalado antes de morir. Desde chico, él guardaba ese reloj en un estuche de gamuza, que dejaba siempre al lado de su cama. Todas las noches abría la mesita de luz, sacaba del sobre de gamuza aquel reloj, lo lustraba, le daba un poquito de cuerda, se quedaba escuchándolo hasta que la cuerda se terminaba, lo volvía a lustrar, lo acariciaba un rato y lo guardaba nuevamente en el estuche.
Ella pensó:
- “Que maravilloso regalo sería esta cadena de oro para aquel reloj.”
Entró a preguntar cuánto valía y, ante la respuesta, una angustia la tomó por sorpresa. Era mucho más dinero del que ella había imaginado, mucho más de lo que ella había podido juntar. Hubiera tenido que esperar tres aniversarios más para poder comprárselo. Pero ella no podía esperar tanto.
Salió del pueblo un poco triste, pensando qué hacer para conseguir el dinero necesario para esto. Entonces pensó en trabajar, pero no sabía cómo; y pensó y pensó, hasta que, al pasar por la única peluquería del pueblo, se encontró con un cartel que decía:
- “Se compra pelo natural”.
Y como ella tenía ese pelo rubio, que no se había cortado desde que tenía diez años, no tardó en entrar a preguntar.
El dinero que le ofrecían alcanzaba para comprar la cadena de oro y todavía sobraba para una caja donde guardar la cadena y el reloj. No dudó. Le dijo a la peluquera:
- Si dentro de tres días regreso para venderle mi pelo, ¿usted me lo compraría?
- Seguro – fue la respuesta.
- Entonces en tres días estaré aquí.
Regresó a la joyería, dejó reservada la cadena y volvió a su casa. No dijo nada.
El día del aniversario, ellos dos se abrazaron un poquito más fuerte que de costumbre. Luego, él se fue a trabajar y ella bajó al pueblo.
Se hizo cortar el pelo bien corto y, luego de tomar el dinero, se dirigió a la joyería. Compró allí la cadena de oro y la caja de madera. Cuando llegó a su casa, cocinó y esperó que se hiciera la tarde, momento en que él solía regresar.
A diferencia de otras veces, que iluminaba la casa cuando él llegaba, esta vez ella bajó las luces, puso sólo dos velas y se colocó un pañuelo en la cabeza. Porque él también amaba su pelo y ella no quería que él se diera cuenta de que se lo había cortado. Ya habría tiempo después para explicárselo.

Él llegó. Se abrazaron muy fuerte y se dijeron lo mucho que se querían. Entonces, ella sacó de debajo de la mesa la caja de madera que contenía la cadena de oro para el reloj. Y él fue hasta el ropero y extrajo de allí una caja muy grande que le había traído mientras ella no estaba. La caja contenía dos enormes peinetones que él había comprado… vendiendo el reloj de oro del abuelo.

Si ustedes creen que el amor es sacrificio, por favor, no se olviden de esta historia. El amor no está en nosotros para sacrificarse por el otro, sino para disfrutar de su existencia.

Jorge Bucay
Tomado del Blog de Joan

CICLO DE LA VIDA


domingo, 30 de septiembre de 2012

EN LA VIDA Y LA MUERTE


EL RELOJ- TIC TAC-


El reloj hace tic tac, está funcionando; luego se para: no preguntas a dónde ha ido el tic tac, ¡eso no tendría sentido! No ha ido a ningún sitio. No se ha ido en absoluto, simplemente se ha parado; era un mecanismo y algo ha ido mal en él, puedes reparar el mecanismo y entonces habrá tic tac de nuevo. ¿Es la muerte como un reloj que se para? ¿Sólo eso?

Si es así, no es un misterio. No es nada, en realidad. ¿Pero cómo va a desaparecer la vida tan fácilmente? La vida no es mecánica. La vida es consciencia. El reloj no es consciente. Tú puedes escuchar el tic tac, el reloj nunca lo ha escuchado. Tú puedes escuchar el latido de tu propio corazón. ¿Quién es ese que escucha? Si sólo el latido del corazón es la vida, entonces, ¿quién es éste que escucha? Si la respiración es la única vida, ¿cómo puedes darte cuenta de tu respiración?

Por eso, todas las técnicas orientales de meditación utilizan la consciencia de la respiración como una técnica sutil, porque si te vuelves consciente de tu respiración, entonces, ¿quién es esta consciencia? Debe de ser algo que está más allá de la respiración, porque puedes observarla, y el observador no puede ser el objeto. Puedes ser testigo de ella; puedes cerrar los ojos y ver cómo tu respiración entra y sale. ¿Quién es el que ve, el testigo? Debe ser una fuerza separada que no depende de la respiración. Cuando la respiración desaparece, es un reloj que se para, pero, ¿a dónde va esta consciencia? ¿A qué lugar se va esta consciencia? 

Osho.
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