Aquella mañana se habían juntado allí todos los niños del barrio del Calvario, y unos cuantos no tan niños de otros barrios del pueblo de Callosa de Segura y de quién sabe.
Joaquín había salido de su casa muy apurado, iba más corriendo que caminando, cuando vio la mayor multitud jamás reunida en la rambla alta del pueblo.
Se le hacía tarde para llegar a la escuela, pero Joaquín detuvo su carrera. Abriéndose paso en el niñerío, descubrió que estaban todos esperando detrás de una pelota. Allá en la meta, recostado contra el palo, reconoció al Toño Paredes, que tenía fama de invulnerable. Cruzado de brazos, echando humo con el cigarrillo pegado a los labios, Toño le dedicó una mirada desdeñosa.