viernes, 19 de mayo de 2017

CONOCE TU SER


Meditación 
Iluminación 
Trascendencia 
Mente

La meditación no puede ser una parte. O bien es todo, o no es. Es una ocupación de veinticuatro horas. No puedes hacerla y de­jarla. No es un fragmento, como ir a la iglesia o al templo, meditar algunos minutos y después terminar con eso. No es un acto que puedas ejecutar y luego dejarlo. No es un acto; eres tú. ¿Cómo puedes hacerlo y terminar? Es por vein­ticuatro horas. La meditación es un modo de vi­da. No es una actividad; es tu ser mismo. Tiene que ser constante, tiene que ser continua; tiene que serlo. Mientras estás caminando, comiendo, o incluso cuando estás durmiendo, tiene que estar allí. Debe transformarse en una continui­dad cristalizada. Sólo entonces se produce la iluminación; nunca antes.

Un meditador real se vuelve auténticamente un forastero. Se queda fuera. Se queda a una distancia tan grande que puede observarse a sí mismo como si estuviera observando a otra per­sona. Las preocupaciones estarán allí, igual que las olas están en la superficie del océano, pero en las capas más profundas del océano no hay olas. Si te identificas con las olas, habrá proble­mas. Esta identificación es la causa radical de toda desdicha. Cuanto más te alejas, más se di­suelve la identificación: se quiebra, cae. De re­pente, estás en el mundo pero no eres parte del mundo. De repente, has trascendido.

PALABRAS


jueves, 18 de mayo de 2017

LA MENTE

LA «PERRA» DEL RUISEÑOR


Esta historia es ahora cosa del pasado. Érase una vez un muchacho que vivía con su madre en una pobre cabaña. Decidió ir a buscar trabajo a la gran ciudad. Por el camino, mientras subía a la cima de una montaña, le sorprendió una tormenta. Caía la noche. A lo lejos divisó una luz y se dirigió hacia ella. Calado hasta los huesos, llamó a la puerta. Una mujer joven sonriente y muy bella le recibió. Su voz era melodiosa, una especie de crescendo líquido, claro y fluido que hacía bailar cada una de sus frases: «Huic, ti-u, ti-u, ti-u ... » Le ofreció comida. Mientras comía, la mujer le hizo preguntas. 

-Veo -dijo después de haberle escuchado-- que esperas encontrar trabajo en Edo, en la gran ciudad. Pero yo vivo sola aquí, ¿quieres trabajar para mí? 

***

El joven aceptó. 

El muchacho cortaba leña, realizaba las tareas cotidianas, araba el campo. Era animoso y honrado, y la mujer le apreciaba. Un día, ésta dijo: 

-Tengo que ausentarme por un tiempo. Sabes que detrás de la casa hay tres reservados. Te pido expresamente que nunca entres, y ni siquiera mires, en el interior del tercero. 

El muchacho obedeció escrupulosamente. Nunca entró en el tercer reservado, y ni siquiera le lanzó una mirada furtiva. Así pasó un año. Una mañana de otoño dijo: 

-Quisiera volver a ver a mi madre, ¿podrías darme permiso? 
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