jueves, 28 de septiembre de 2017

CHAO-CHU


Un día en que Chao-Chu cayó en la nieve, gritó: ¡Socorro, socorro!». Un monje vino a tenderse a su lado. Entonces Chao-Chu se levantó y se fue . 

***

-¿Esto es un cuento? -pregunta el discípulo. 

-Sí -dice el maestro. 

-Pero es un cuento absurdo. El personaje central cae en la nieve y parece incapaz de levantarse. ¿Por qué? ¿Es un niño, un anciano, un lisiado, se ha sentido indispuesto, había un hoyo en el camino? Aparece un monje que, en vez de socorrerle, de tenderle la mano, se echa a su lado. Es un acto incomprensible, irrazonable, descabellado. ¿No sois de esta opinión, maestro? 

-Reflexiona -dice el maestro del Zen-, este cuento es un koan, que puede ayudarte en el camino del Despertar. 

El discípulo se pone a buscar. Pero los días pasan y si gue sin comprender nada de ese cuento. Veamos, si Chai- Chu estaba herido, ¿ cómo ha podido curarle la sola presencia de un monje a su lado? ¿Era un mago ese monje? 

Supongamos, se dice el discípulo, que Chao-Chu viera un fantasma, un dragón, que estuviera paralizado de miedo, la santa presencia del monje a su lado le hace recobrar el valor, le permite salir fuera del hoyo. Pero entonces ¿por qué no da las gracias a su salvador? ¡Se aleja, indiferente, como si el monje no existiera! El discípulo se afanó así durante varios años, dando vueltas y más vueltas al problema en su cabeza.

DESEOS, NECESIDADES, CODICIAS Y APEGOS


miércoles, 27 de septiembre de 2017

LA CEREMONIA


El Turco lleva mucho años detrás de aquel mostrador. Servía bebidas, a veces inventaba. Callaba, a veces escuchaba. Conocía las costumbres y las manías de cada uno de los clientes que noche tras noche venían a echarse tragos.

Había un hombre que llegaba siempre a la misma hora, a las ocho en punto de cada noche, y pedía dos martinis secos. Pedía los dos martinis a la vez y se los bebía él solito, un sorbo de una copa, un sorbo de la otra. Muy lentamente, mirando nada, diciendo nada, el hombre vaciaba sus dos copas, se comía sus dos aceitunas, pagaba y se iba.

El Turco tenía la costumbre de no preguntar, pero una noche el hombre le leyó alguna curiosidad en los ojos y, como quien no quiere la cosa, contó. Dijo que su amigo más amigo estaba viviendo muy lejos de allí, muy lejos de Quito, en Ottawa. Y dijo que a las ocho en punto de cada noche los dos se encontraban, allí y allá, en ese bar de Quito y en un bar de Ottawa, y bebían una copa juntos.

Y así pasó el tiempo, de ceremonia en ceremonia. Hasta que una noche, el hombre llegó con la puntualidad de siempre pero pidió un solo martini, que sea uno, por favor, y bebió, lento, callado, hasta agotar la única copa. Entonces El Turco hizo lo que nunca: lo tocó. Estiró el brazo sobre el mostrador y lo tocó:

—Mi pésame —dijo.
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